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Jubileo; el cardenal Piacenza agradece a los confesores: “Han tocado los corazones”

Gracias por «su generoso e indispensable ministerio. Durante este Año Santo, transcurrieron un tiempo tan precioso como intenso acogiendo con caridad pastoral a los fieles, ofreciendo el sacrifico de una escucha siempre atenta, de una palabra paterna, que pudiera tocar el corazón del penitente». Es el agradecimiento especial del cardenal Mauro Piacenza, Penitenciario mayor, contenido en la carta que escribió a los confesores al final del Jubileo extraordinario de la Misericordia.

Antes que nada, «agradezcamos juntos al Ser y al Santo Padre Francisco, que tomándonos de la mano, desde la solemnidad de la Inmaculada del año pasado nos condujeron hasta los pies de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, ¡Autor de la Divina Misericordia!».

Según el cardenal «se nos dio vivir un Año de Gracia muy especial, durante el que los tesoros de la Iglesia fueron puestos a disposición de nuestro ministerio, para que extrajéramos su riqueza con abundancia»; a disposición «de nuestros hermanos en la fe, para que se dejaran enriquecer y “sumergir”», y para «la humanidad entera, para que pudiera “conmoverse” al ver un Corazón, como el de Cristo, tan enamorado y apasionado de los hombres como para empujarse hasta “mendigar” que se dejaran salvar por su Verdad, por sus llagas, por su amor».

Piacenza también expresó su agradecimiento al Pontífice porque «permitió una efusión de dones celestes tan gran de y abundante que colmó con renovada esperanza una época tan difícil y a veces oscura como la nuestra».

Y después, su caluroso «gracias por su generoso e indispensable ministerio de confesores». Durante este Año Santo, recordó, «ustedes transcurrieron un tiempo tan precioso como intenso acogiendo con caridad pastoral a los fieles, ofreciendo el sacrifico de una escucha siempre atenta, de una palabra paterna, que pudiera tocar el corazón del penitente, consolarlo y animarlo, aconsejarlo e instruirlo». En ciertas ocasiones también «“sacudirlo” y corregirlo afectuosamente, porque también esto exige el mandamiento del amor».

En muchas ocasiones, los confesores ofrecieron «el sacrificio de una espera con confianza y en la oración —reveló el Penitenciario mayor— “habitando” su confesionario, observados solo por los Ángeles de Dios»; y además, los confesores ofrecieron y rezaron por una cantidad enorme de corazones, «que el Señor llama a conversión y espera con muy tierna paciencia».

Los penitenciarios pudieron «ver, día a día», el propio corazón «como dilatado y sumergido en ese misterio de íntima unión con Cristo, que convierte al confesionario, habitado por su confesor, en un segundo “tabernáculo”, en donde poder reconocer y venerar la presencia del Cristo Pastor misericordioso».

Y, en particular, los confesores pudieron «elevar miles de veces su mano y dar voz a la divina Misericordia, administrando la Sangre de Nuestro Salvador en cada alma que, humilde y arrepentida, hubiera reconocido y confesado el mal cometido, que hubiera renovado el propósito de fidelidad al Señor e invocado sobre su propia vida Su omnipotencia salvífica».

El cardenal cree que «será maravilloso el espectáculo que espera en el Cielo al corazón de esos pastores fieles, que permitieron que la infinita libertad de Cristo salvara a tantos hermanos, renovara y fortaleciera los corazones».
 

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