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¡Rompe el esquema que tienes de Dios!

No siempre es tan fácil encontrar a Dios en lo más humano. Es como si Dios no estuviese en lo cotidiano. En lo ordinario.
 
Jesús, en Nazaret, aprendió a vivir y a rezar, a amar y a jugar, a escuchar y a entender poco a poco lo que Dios le iba pidiendo. Allí se había dejado enterrado el corazón en años de juventud, en su infancia. Había amado, había sido amado.
 
Sus vecinos fueron durante mucho tiempo sus únicos vínculos, sus amigos, sus seres queridos. Me imagino que a Jesús le gustaría volver a ese lugar. Tantos recuerdos, tanto amor. De alguna forma pertenecía a esa tierra. En la cruz le llaman el Nazareno. Todos le conocen como el hijo de María y de José.
 
Jesús vuelve y los suyos no lo reconocen, no lo acogen con alegría. Se sorprenden. ¿No es este el hijo del carpintero? ¿Qué hace ahora? Se escandalizan de Él.
 
Sin fe es difícil ver a Dios en lo más humano, en lo cotidiano. Nos es difícil tantas veces creer en la santidad de los que tenemos más cerca. Pero Dios actúa normalmente en lo ordinario.
 
En su aldea, en su hogar, falta fe. Contrasta la fe de la hemorroisa y la de Jairo con la falta de fe en Nazaret. No pudo hacer milagros allí por la falta de fe. Sin fe no hay milagros. Nuestros criterios son muy humanos.
 
A veces la vida nos rompe los esquemas. Y la realidad supera la imagen que teníamos preconcebida de las personas. Hay un poema de Mario Benedetti que dice: “Y eres mejor que todas tus imágenes, porque eres linda desde el pie hasta el alma, porque eres buena desde el alma a mí”.
 
Pienso que es verdad. Las personas que amamos son mejores que sus imágenes, que mis ideas sobre ellas, que mi esquema de siempre donde las meto y las estrecho.
 
Ojalá siempre podamos sorprendernos y volver a asombrarnos de la belleza de esa persona a la que queremos. De esa persona que hace cosas distintas de las que yo pensaba, que empieza a hacer cosas nuevas, cosas que yo pensé que no sabía hacer.
 
La persona que amo es mejor que todas mis ideas sobre ella. En la realidad puede hacer mucho más que lo que yo he pensado que puede hacer.
 
De la misma manera, Dios es mucho más que todas las palabras con las que lo describimos, que todas las ideas que sobre Él tenemos. Supera todo lo que soñamos.
 
El otro día una mujer le decía a su marido que últimamente, aunque le conocía desde hacía muchos años, se había dado cuenta de matices en los que nunca se había detenido. Es bonito mirar así la vida. Creer en que el alma del otro es infinita, que no tiene paredes ni casillas, que los límites los ponemos nosotros, no Dios.
 
Es maravilloso creer que también yo soy el sueño de Dios, que supero mis expectativas y las que otros tienen de mí. Que puedo superar mis propios límites y ser más de lo que sueño. ¿Quién soy yo? ¿Quién es esta persona que hace cosas distintas, que se sale de su esquema, del esquema en que yo lo había metido? Sin duda es mejor que todas sus imágenes. Como Jesús.
 
Yo puedo elegir abrirme a esa persona, abrirme a Dios en una realidad que no conocía, o quedarme con mi esquema, alejado de la realidad. Y pasa eso en Nazaret. Los que lo conocen, no creen en todo lo que Jesús puede llegar a ser. No ven a Dios en Él. No van más allá de sus prejuicios.
 
Los vecinos de Nazaret, sus parientes, se asombran ante Jesús. Se asombran, pero no con el asombro inocente de los niños, sino con el escándalo ante aquel que saca los pies del plato y hace algo distinto. Aquel que rompe el esquema y la idea de lo que tiene que ser. De lo que han pensado que tenía que ser.
 
No le dejan ser quien es. No lo quieren como es, con su misión particular, con su originalidad. No entra en el molde de los demás, no entra en el molde de su idea sobre Él. Su idea no encaja con la realidad. Y se alejan. Se quedan con su prejuicio.

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