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¿Ser fiel es sólo mantener un compromiso?

A veces se piensa que la fidelidad consiste en mantenerse firme en las promesas que se hicieron un día, que implica no dudar de ellas en el camino y mantenerse siempre firme en la tentación. Pero, en el día a día de nuestra vida, nos damos cuenta de que no alcanza para ser fiel con mantenerse; que no es suficiente con convertirse cada día y con obligarse, en el buen sentido de la palabra, a guardar un compromiso.

La fidelidad es más. La fidelidad es llevar a plenitud lo que se es. Somos fieles si llegamos a ser.

Por eso, cuando la vida es cuesta arriba, hace falta algo más que mantenerse; hace falta recordar el primer amor, quién es el que nos está amando y cómo quiere llenar nuestra vida.

A veces pensamos que estaremos más completos si cumplimos metas; si perseveramos hasta el final por alcanzarlas; si, según nuestros parámetros, logramos objetivos. Pero, en medio de esta dinámica nos olvidamos de ser, de llevar a la plenitud lo que somos y lo que hay en lo profundo de nuestro corazón.

Por ello es necesario recordar que la finalidad última de nuestra vida se encuentra más en la línea de la gratuidad y menos en la línea de la utilidad. La fidelidad consiste en ver las cosas como realmente son y ver lo que están llamadas a ser, es decir, comenzar a sostener la propia vida sobre la identidad.

No alcanza con mantener promesas que no van acompañadas de amor. Por ello, para crecer en fidelidad, hay que permanecer junto a aquel que me muestra el camino. Ir al lugar donde me enciendo para poder entender mejor cómo servir.

Beber de la fuente. Recordar todos los días que en Jesús fui completado y llevado a la plenitud. Esto es lo que nos da esperanza para perseverar.

Entonces, ¿cómo permanecer siendo lo que somos y responder a lo que se nos va pidiendo? ¿Por dónde pasa el camino? Pasa por la realidad, por lo que en el encuentro con ella me vaya diciendo. La vida y la fidelidad se van desarrollando en el encuentro real con las personas, con la realidad y con Dios.

La fidelidad posee una gran cuota de creatividad histórica. Es decir, no se trata de mantenerse incólume en lo que se pensó, alguna vez, era lo que se tenía que hacer.

Se trata de renovarse día a día en el encuentro, y en ese encuentro, en lo que se va realizando en mi vida, en lo que se me va mostrando; saber escuchar y confirmar las promesas permaneciendo fiel a lo que soy.

La fidelidad es la fe realizándose en el amor humilde. Fe que asume la historia concreta como lugar donde vivirse como don y devolverse en gratuidad a quien nos prometimos. Fe hecha fidelidad que se hace real en el tramo concreto de cada día.

“Esta fidelidad nunca la podemos conquistar con nuestras fuerzas; no es únicamente fruto de nuestro esfuerzo diario; proviene de Dios y está fundada en el «sí» de Cristo, que afirma: mi alimento es hacer la voluntad del Padre (cf. Jn 4, 34). Debemos entrar en este «sí», entrar en este «sí» de Cristo, en la adhesión a la voluntad de Dios, para llegar a afirmar con san Pablo que ya no vivimos nosotros, sino que es Cristo mismo quien vive en nosotros. Así, el «amén» de nuestra oración personal y comunitaria envolverá y transformará toda nuestra vida, una vida de consolación de Dios, una vida inmersa en el Amor eterno e inquebrantable” (Benedicto XVI).

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