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REPAM: “Poblaciones indígenas completas se han vaciado”

En las zonas fronterizas, los indígenas venezolanos languidecen o huyen. Hay que decirlo claramente. Huyen por persecución política o porque el deterioro del ambiente ya no les permite la subsistencia.

José Luis Andrades, responsable en Venezuela de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), quien fungió como misionero por largos períodos en la Amazonía, sabe lo que dice y lo dice con pesar: “Particularmente la comunidad guarao está viviendo tiempos muy graves. Hay poblaciones indígenas completas desaparecidas, en otras palabras, vaciadas por efecto de la expulsión debido a la dramática situación económica a la que están sometidos los pueblos indígenas”.

A estas alturas, para nadie es un secreto que la minería y todo lo que se hace alrededor de ella genera una fuerte escasez de productos y el aumento exponencial de los precios de aquellos que quedan. La razón es que el minero paga en oro o en divisas, lo cual encarece de tal manera la vida para los indígenas que les hace imposible permanecer allí. Si necesitan, por ejemplo, una medicina, o no la encuentran o no tienen cómo adquirirla. El aluvión de gente que ha llegado a esos lugares, ávidos de conseguir minerales preciosos, hace que el indígena se encuentre en minusvalía y su situación se haga desesperada.

Dos años y medio de sangría

En esta etapa, el éxodo guarao tiene dos años y medio. “El pueblo guarao –explica Andrades- según los estudiosos de la fundación La Salle, llevan un patrón de vida de recolectores. El guarao va donde están los frutos y los recoge. Hace algo de agricultura, pero poco. Su costumbre de ir y venir existía, pero ahora las cosas se han agravado pues la depredación les ha vuelto imposible esa rutina”.

Tan sólo en Pacaraima, la primera población inmediatamente después de la línea con Brasil, podríamos estar hablando de dos o tres mil indígenas instalados allí. Más adelante, en Roraima, Boa Vista, Manaos pero también incluso en Santarén –ubicada en el río Tapajós, uno de los grandes afluentes brasileños del río Amazonas-  a unas tres horas de avión desde Santa Elena de Uairén, hay guaraos. Un éxodo enorme y de unas consecuencias que obligan a preguntarse qué pasará si no se detiene.

La comunidad se deshace

“Probablemente –sentencia José Luis- algunas poblaciones van a desaparecer. Paloentológicamente, el pueblo guarao existía en Suriname, en Trinidad y Tobago y otras zonas lejanas. Su presencia fue producto de crisis históricas anteriores a la llegada de los españoles y fueron desapareciendo paulatinamente de aquellos lugares. Puede ser, y quisiera equivocarme, esta crisis que hoy viven hará que desaparezcan también de sus lugares actuales”.

Según el censo del 2001 , la población guarao llegaba a 36 mil personas. Hoy podríamos estar hablando de unas 45 mil. Pero el éxodo alcanza ya a cinco o seis mil personas. “Es un deshacer la comunidad”, precisa Andrades.

Dependen de la caridad

Las poblaciones indígenas que han emprendido el éxodo a Brasil dependen absolutamente de la caridad. “Absolutamente de la caridad –recalca- pues su manera de incorporarse al mundo de la civilización mayoritaria occidental es precaria. Hablan guarao y español, los más formados. No hablan portugués y comunicarse para acceder a cualquier cosa se les dificulta. Ni siquiera como caleteros (cargadores) pueden trabajar”.

Actualmente, hasta donde el equipo de la REPAM ha llegado a investigar, José Luis entre ellos, varios especialistas y religiosas lauritas expertas en los pueblos indígenas, han constatado directamente cómo viven. “Se ha construido un gran galpón –describe- donde se aglomeran mil guaraos en el más complejo hacinamiento. Les preguntas cómo se sienten y la respuesta es una mezcla de miedo e incertidumbre. El brasilero desarrolla, como todo el que se ve invadido de repente, una cierta xenofobia en esas zonas fronterizas. Se preguntan de dónde es esa gente, cómo ha llegado hasta allí…así que sienten miedo de las reacciones de los naturales del lugar; como también añoranza en medio de una enorme pobreza. Si a ello le sumas que no hablan la lengua y no tienen manera de engancharse, el panorama es más sombrío para ellos”.

La caridad les mantiene vivos. Hay un acuerdo  muy interesante entre el ACNUR, una iglesia evangélica y un sacerdote católico en el sector que se han unido para prestar ayuda. “El sacerdote católico – cuenta- está literalmente solo, ha organizado albergues, lo quieren muchísimo en la zona pero está bastante agotado ya. El trabajo es exigente y agobiante. Está sobrepasado por la situación”.

Indígenas docentes

Algunos indígenas se habían profesionalizado con el tiempo, a través de la capacitación de la AVEC (Asociación Venezolana de Educación Católica) y la UPEL (Universidad Pedagógica Experimental Libertador), organizaciones que hacen alianza con sus comunidades. Se había logrado, incluso, que varios se hicieran docentes profesionales. Han formado una pequeña escuela en esos lugares de exilio para mantener a los niños aprendiendo y alejados de la barbarie. “Pero están sumamente preocupados –narra José Luis- por algunos temas peliagudos como la prostitución, el contrabando de droga, el tráfico de personas y la violencia en general que los afecta”.

Indescriptible degradación

La minería causa una auténtica hecatombe en medio de los pueblos indígenas. “Una h-e-c-a-t-o-m-b-e, deletrea, y lo digo con todas sus letras porque lo hemos visto personalmente. Estuve en Santa Helena de Uairén viviendo un tiempo como misionero de la Consolata y he sido testigo de una situación que ahora mismo está agravada, multiplicada. El nivel de degradación humana a la que están sometidos los propios mineros y las poblaciones indígenas aledañas es indescriptible”.

Hay otras étnias, aparte de los guaraos, envueltas en este drama. Ellos atraviesan cerca de 800 kilómetros para ir hasta Boa Vista, un corredor muy largo donde se encuentran con los pemones y otros grupos como los acaguayos y yakuanas o makiritares. Ellos, especialmente los pemones, están siendo profundamente agredidos en su modo ordinario de vivir y de ser.

Armónicos con la naturaleza

El pemón es un pueblo maravilloso, asentado ancestralmente en la Gran Sabana. Son pueblos que llevan allí cientos de años. Algunos estudiosos afirman que los guaraos podrían tener allí entre seis mil y ocho mil años. Igual los pemones. Habían logrado un intercambio con la naturaleza estupendo, logrando, sin perder sus raíces, incorporarse a la vida moderna y conectarse con nuestro mundo.

Lograron desarrollar posadas turísticas en armonía con la naturaleza para proporcionar, al visitante de las ciudades, algunas comodidades básicas para disfrutar de la magia de la selva. No dañaban para nada el ambiente, sabían cómo hacerlo recogiendo lo mejor de su tradición para ofrecer al visitante. “Todo eso ha sido destruido –se lamenta Andrades- lo acabó la minería”.

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“¡Que vayan allí!”

Preguntamos a José Luis qué mensaje tiene para aquellos que consideran que se dramatiza la situación de los indígenas, que se exageran sus males y se reduce todo a su victimización: “¡Que vayan allí!”.

Y refiere la historia de uno de esos maestros indígenas negados a irse de su pueblo, resistidos a dejar sus caños. No hay que olvidar que Guarao significa “hombre de la canoa”  u  “hombre del agua” a diferencia del jotarao que está en la tierra. Ese maestro tenía dos hijas y una se le murió por falta de medicamentos. No pudo comprar el antibiótico. Muy triste estaba cuando se le enfermó la segunda. Acudió a la directora de la escuela y le dijo que se marchaba porque debía conseguir la cura a como diera lugar. No iba a permitir que su segunda hija se le fuera. “Eso es dramatizar? –pregunta José Luis- No,  es la realidad cotidiana de esos seres humanos. Es la razón por la que muchos, contra su voluntad, se han ido de sus lugares ancestrales”.

Guardianes del territorio

Los indígenas son tan útiles y funcionales al ecosistema como cualquier especie. Y más. Andrades trae a colación un detalle que pocos conocen: “Son los primeros pobladores de Venezuela, La frontera venezolana con Brasil era objeto de una disputa, cuestione disputatis, como decían los latinos antiguos. Fueron los pemones los que aclararon la situación cuando dijeron, ‘un momento, esto es Venezuela, hasta aquí llega Brasil’. De no ser por ellos, con la ayuda de los capuchinos quienes estaban vigilantes, probablemente Venezuela habría perdido todo ese territorio. La presencia del indígena ha servido de guardián de la frontera y escudo de lo nuestro”.

Es la sabiduría indígena la que ha conservados las especies naturales que han significado y pueden significar la cura para muchas enfermedades que sufre el mundo occidental. El bioma amazónico ofrece una diversidad de especies, conservada gracias a la presencia indígena que ha sabido salvaguardar esos tesoros, conviviendo y configurándose con ellos.

Para el Estado, no existen

“Es lamentable, entonces, que no exista respuesta alguna del Estado venezolano para atender a estos hermanos compatriotas que se encuentran en un exilio forzado en la frontera –dice José Luis con dolor-. No hay conciencia o no tienen idea de lo que ocurre. Allí las respuestas vienen del ACNUR, organizaciones sociales y grupos religiosos misioneros, tanto evangélicos como católicos. Los misioneros de La Consolata, congregación a la cual estoy asociado, sólo en Boa Vista sirven 2 mil desayunos. De esos, el 30% va para los guaraos que están en el lugar. Pero, sobre el territorio, no hay ninguna respuesta del Estado”.

Que el Sínodo impulse soluciones

José Luis Andrades resume lo que espera del Sínodo que se desenvuelve en Roma: “Espero que el Sínodo logre presentar y hacer comprender el problema en su totalidad. La “ecología integral” de que habla el Papa Francisco. Que comiencen las soluciones. Que todo aquél que tenga injerencia, Estado, organizaciones sociales, políticos, intelectuales, académicos, comiencen a actuar en favor de la gente y sus necesidades. En favor de preservar el maravilloso mundo amazónico”.

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