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Inés Joyes: En defensa de las mujeres en la España ilustrada

Inés Joyes y Blake nació el 27 de diciembre de 1731 en Madrid, en el seno de una familia católica de origen irlandés que, como muchos de sus compatriotas, habían huido de las persecuciones de católicos. Inés fue la tercera hija de Patricio, un próspero banquero, y su esposa Inés; tras ella, aún nacerían tres hijos más. De sus primeros años de vida y su formación intelectual se tiene muy poca información pero su pertenencia a la burguesía acomodada y además de origen extranjero hace intuir una buena educación para Inés, quien habría dominado sin problemas el español y el inglés.

En 1745, cuando Inés tenía trece años, falleció su padre, dejando a su esposa al cargo de su familia y sus negocios. Años después, la familia se trasladó a vivir a Málaga donde, el 16 de mayo de 1752, Inés se casó con un pariente suyo, Agustín Blake, en un matrimonio que podría haber sido concertado. Agustín, doce años mayor que Inés, era un primo lejano que llevaba tiempo participando activamente en las actividades comerciales de la familia. Instalados primero en Málaga y posteriormente en Vélez-Málaga, la pareja llegó a tener hasta nueve hijos, los cuales, algo poco habitual en aquella época, sobrevivieron todos a la infancia.

Cuando Inés quedó viuda, tras la muerte de Agustín en 1782, siguió los mismos pasos de su madre, haciéndose cargo de los negocios familiares y velando por el futuro de sus hijos. Para entonces, Inés había superado los cincuenta años y ninguno de sus nueve hijos estaba casado por lo que vivían bajo su techo y protección. Inés buscó el mejor partido para cerrar matrimonios convenientes para ellos y sus negocios, algo muy habitual entre la burguesía de su tiempo.

En 1798, casi al final de su vida, Inés Joyes decidió poner por escrito sus propios pensamientos relacionados con la situación de las mujeres. Su Apología de las mujeres, apareció como un apéndice a la traducción que ella misma realizó de la obra de Samuel Johnson, El príncipe de Abisinia. En esa Apología, Inés refleja lo que Mónica Bolufer, autora de un extenso estudio sobre la vida y la obra de Inés Joyes, La vida y la escritura en el siglo XVIII, llama “religiosidad ilustrada”.

El texto, dedicado a sus hijas, empieza con un grito de indignación que bien habría compartido con muchas otras mujeres de su tiempo: “No puedo sufrir con paciencia el ridículo papel que generalmente hacemos las mujeres en el mundo, unas veces idolatradas como deidades y otras despreciadas aun de hombres que tienen fama de sabios.” Inés se quejaba “de la injusticia de los hombres con nuestro sexo” y arrancaba sus argumentaciones hablando de la creación de Eva como compañera de Adán, poniendo el acento en la responsabilidad mutua en el Pecado Original: “Pecaron ambos, y ambos llevaron su castigo”.

Inés insistía en que, a pesar de que Dios había dotado a hombre y mujer de distintas propiedades, “no se halla en ninguna parte que prohibiese el que mandara soberanamente, pues hemos visto y se han visto en todos tiempos reinos gobernados por mujeres con mucho acierto y felicidad”. Y añadía contundente: “Digan los hombres lo que quieran, las almas son iguales”.

La educación de los hijos era para Inés un elemento clave para entender la necesidad de dotar a las mujeres de una esmerada educación en la que se incluía la formación religiosa, Para ella, era importante la lectura de la Biblia para “amar la virtud y temer a Dios”: “Empecemos desde luego con espíritu de religión; sean las máximas fundamentales la verdad, la fidelidad, la docilidad y la aplicación”.

A pesar de su defensa de la religión y de la formación religiosa como uno de los pilares de la dignidad de las personas, Inés fue una mujer crítica que no le tembló el pulso a la hora de poner sobre la mesa las ideas erróneas de algunos hombres, incluidos hombres de Iglesia en referencia a la educación de las mujeres: “He oído a algunos reverendos de bonete y capilla, a pretendidos filósofos y a doctos decir que basta que la mujer sepa coser, gobernar la cocina de su casa y rezar, que lo demás es en ellas bachillería. Falta la paciencia para oír desatino tan garrafal”.

En la línea de su religiosidad ilustrada, Inés incluyó en su texto un deseo: “Yo quisiera desde lo alto de algún monte donde fuera posible que me oyesen todas darles un consejo. Oíd, mujeres, les diría, no os apoquéis, vuestras almas son iguales a las del sexo que os quiere tiranizar; usad de las luces que el Creador os dio”.

Inés Joyes falleció en Vélez-Málaga en 1808. Antes de morir, dejó dispuesto en su testamento su última voluntad de ser enterrada con el hábito franciscano, después de haber vivido “como católica y fiel cristiana”. A pesar de que pidió que se celebraran misas en su memoria y descanso eterno, Inés rehuyó de la pompa y los excesos, pidiendo que su recuerdo fuera austero. Según Bolufer, estas cláusulas “sugieren una religiosidad de corte moderno, a cierta distancia de la piedad barroca y poco amante de demostraciones exteriores, en la misma línea que revela su ensayo de 1798”.

Ni en vida ni después de su muerte, la vida y la obra de Inés Joyes tuvieron demasiada trascendencia. Fue posteriormente, que su texto considerado como uno de los principales textos feministas de la España ilustrada empezó a recibir la atención que se merece.

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