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Cómo ser una persona de oración

Ser constante en la oración es la tarea de toda mi vida. No siempre soy fiel. Desfallezco. Mis brazos se caen. Veo que pierdo la batalla.

Necesito el apoyo de los otros, su oración constante. Si no lo tengo veo cómo el mundo me atrae y me pierdo en la superficie de tantas cosas. Las redes sociales, el uso de los móviles. Todo va demasiado rápido y no tengo tiempo para orar.

Quisiera vivir tan en contacto con Dios que pudiera encarnar lo que dice san Antonio Abad:

“La oración perfecta es no saber que estás orando”.

Vivir orando sin saber que lo estoy haciendo. Como el pez que no sabe que está continuamente en el agua. Como la respiración. Una segunda piel. A veces me canso o me duermo intentando rezar. Pero como decía santa Teresita:

“Debería atribuirla a mi poco fervor y fidelidad, tendría que estar desolada de que desde hace siete años me duerma durante la oración y la acción de gracias. Pues bien, no estoy desolada… pienso que los niñitos dan tanto gusto a sus padres cuando duermen como cuando están despiertos, pienso también que, para operar, los médicos duermen a sus enfermos. Pienso, en fin, que el Señor conoce de qué estamos hechos, sabe muy bien que no somos más que polvo”.

Jesús conoce mi falta de fidelidad. Sabe cuáles son mis deficiencias. Ha visto mi pobre vida de oración. No se sorprende, no se escandaliza.

Aun así me pide que persevere en la vida espiritual que he aprendido y he hecho mía. ¿Cuáles son mis seguros para permanecer anclado en el corazón de Dios?

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Quiero llevar una vida de oración como la que sugiere el Padre Kentenich en 1914: Una intensa vida de oración”. Un vivir de forma intensa unido al Señor. Rezar constantemente sin cansarme viviendo mi alianza de amor con María en el Santuario. Estar en silencio ante Jesús contemplando mi vida. Escribir lo que el Espíritu despierta en mi alma.

Parece sencillo pero la constancia en Dios no es tan fácil. Quiero aprender a rezar de la mano de María. Quiero mantenerme fiel día a día.

Quisiera hacer mía la oración de Antoine de Saint-Exupéry, autor de el Principito. Escribió esta bella oración al Señor para pedirle un regalo raramente invocado:

“No pido milagros y visiones, Señor, pido la fuerza para la vida diaria. Enséñame el arte de los pequeños pasos. Ayúdame a distribuir correctamente mi tiempo; dame la capacidad de distinguir lo esencial de lo secundario. Te pido fuerza, autocontrol y equilibrio para no dejarme llevar por la vida y organizar sabiamente el curso del día. Haz de mí un ser humano que se sienta unido a los que sufren. Permíteme entregarles en el momento preciso un instante de bondad, con o sin palabras”.

Esa oración es una ayuda para el diario vivir.

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Entro en intimidad con Jesús para que me enseñe la mejor forma de enfrentar la vida. San Francisco rezaba ante el Cristo de San Damián: Señor, ilumina las tinieblas de mi corazón”.

La oración me ayuda a encontrar la luz que ilumine mis pasos. Me muestra con más facilidad lo que Dios me pide. La oración me ayuda a madurar en mi fe, como comenta el Padre Kentenich: “Existe una lucha por las cosas de lo alto que nos hace crecer en la conformidad con la voluntad de Dios”.

En oración, en el silencio, Dios me muestra su voluntad. Incluso en sueños, como hizo con san José.

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Dios me habla donde menos lo espero y tengo que estar preparado para entender sus deseos. Saber lo que me pide. Comprender que me quiere y sólo desea que sea capaz de darle la vida con alegría.

La paz de Dios en las decisiones que tomo es lo que me sostiene. La paz de saber que este es su camino, aunque no lo entienda del todo. Respetar sus deseos. Aceptar lo que me sucede. En el camino de la vida me dejo llevar por su amor.

La oración es ese abrazo profundo en el que Dios me quiere con locura. Me lo recuerda para que no me olvide.

Tantas veces lo he oído, me lo han dicho. Pero olvido que está conmigo siempre en el camino de la vida y me va mostrando los senderos que me van a dar más paz. Los mejores pastos son para mí.

Su presencia me consuela y empuja a ser más generoso. Quiero perseverar en una vida intensa de oración.

PRAY
Shutterstock-Tymonko Galyna

¿Qué me perturba? ¿Qué impide que me sumerja en el mar de las misericordias de Dios? El estribillo de una canción me da paz: “Dios mío, déjame escucharte entre tantos ruidos que turban mi alma”.

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Sin salirme de mi vida quiero cuidar la amistad con Dios. La amistad que no se cuida, el amor que no se alimenta, se muere, se pierde. Me alejo de Dios si no hago lo posible por estar cerca. El corazón humano se distrae en el mundo y pierde la referencia última y más importante de su vida.

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