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5 razones para hacer una peregrinación en familia

¡Atreveos a caminar y viviréis!, afirma Edouard Cortès, quien, después de Compostela en solitario y Jerusalén en pareja, ha caminado desde Puy-en-Velay (Francia) hasta Roma en familia: su mujer y sus tres hijas de entre 5 meses y 3 años ─más un asno─. Antes de plantearnos dar la vuelta al mundo, podemos comenzar con pequeños tramos de los grandes caminos de peregrinación: el Camino de Santiago, [Guadalupe, Aparecida, Luján…, adaptado por el editor]

También podemos participar en peregrinaciones especialmente dedicadas a las familias, organizadas por comunidades religiosas. Pero, en definitiva, ¿por qué partir en peregrinación con la familia hacia los altos lugares de la cristiandad en vez de descansar sobre playas de arena fina?

A diferencia de nuestra vida cotidiana, siempre ocupada, superconectada y a veces complicada, salir de caminata es una actividad simple que nos obliga a abandonar lo superfluo en beneficio de una austeridad sana que nos permite dejar atrás ciertos hábitos, quizás represivos, para encontrarnos a nosotros mismos en pareja y en familia.

Aude está casada y es madre de cinco hijos. Desde hace tres años sale a caminar en familia durante una semana en el Camino de Santiago y nos confiesa: “Caminar permite salir de una comodidad controlada, conocer alegrías simples y volver a lo esencial”.

Hélène, también en el Camino de Santiago con su marido y sus cinco hijos, añade: “Es una semana esencial en nuestra vida de familia, nos permite reencontrarnos todos juntos, vivir una aventura tanto para los grandes como para los jóvenes y además… ¡sin teléfonos móviles!”.

Caminar algunos días en plena naturaleza no es tarea fácil. Cansancio, pequeñas heridas, mosquitos, quemaduras de sol, falta de agua o de comida… ¡los desafíos os esperan! Sin embargo, el trabajo conjunto, ayudar a los más débiles, conjugar un esfuerzo común ya se tenga diez o cuarenta años, esto crea sólidos vínculos familiares y genera bellos recuerdos.

Aude recuerda un momento duro durante un camino en el que estaban completamente sedientos. Encontraron a otros peregrinos a los que les quedaba poca agua pero que no dudaron en compartirla. Compartir estas alegrías y penas unen profundamente a una familia.

Dormir bajo las estrellas, admirar el paisaje, hacer frente a los insectos… Hay multitud de momentos privilegiados para que los niños entren en contacto con la naturaleza. Caminar es una auténtica escuela de vida para descubrir la vida natural. Aprenden a respetarla, a observarla, a vivir según su ritmo, a reconocer en su presencia y su hermosura la prueba viviente de la existencia de Dios.

Quizás experimenten también ese sentimiento de sosiego que describe Patrick Tudoret en su novela L’homme qui fuyait le Nobel [El hombre que huyó del Nobel]: Tristan Talberg, escritor reconocido, abandona París y el alboroto mediático provocado por el anuncio del premio Nobel y se encuentra, sin quererlo, en el Camino de Santiago, donde escribe a su difunta mujer.

Hace apenas unos minutos llegué a un cruce de caminos en medio del campo con unas espléndidas vistas sobre el monte Mézenc y, a mi derecha, el monte Mouchet y sus pequeños senderos caprichosos que bordean abetales espesos donde reina la oscuridad incluso a plena luz del día. (…) Aquí, en este bello talud, bajo un cielo todavía claro, las únicas palabras que me vienen a la cabeza son serenidad y paz”.

Andar por los caminos de peregrinación es una ruptura total con la vida cotidiana y supone un ayuno tecnológico que culmina en una liberación interior. Se podría pensar que los adolescentes llevan mal este tipo de privación tecnológica, pero lo cierto es que no.

Hélène cuenta que, cuando llegaron, sus hijos mayores expresaron su bienestar: “es frustrante tener que parar porque estamos bien así”. Aude también experimenta durante el camino un sentimiento de calma, de alivio, de liberación interior, que concluye diciendo: “la libertad está en dejarse guiar por Dios”.

Un peregrino no es un excursionista. Atravesar estos caminos en dirección a los pulmones de la Iglesia, buscamos el encuentro con Dios, acercarnos a Él. Un viaje espiritual para el que, más que poner un pie delante del otro, Edouard Cortès invita a dejarse llevar, a abandonarse.

El excursionista crea los encuentros, el peregrino se deja encontrar”, matiza. Jesús mismo caminó para proclamar la Buena Nueva. “Ir al encuentro del camino nos acerca a Dios porque nos ponemos en las mismas condiciones que Él estuvo cuando peregrinó a la tierra”, subraya el fraile dominico Franck Dubois, después de haber recorrido 400 km desde Noyon a Boulogne-sur-Mer, en un vídeo publicado en el sitio web Retraite dans la Ville. Así pues, sigamos los pasos de Cristo y, cada uno a su ritmo, echemos a caminar.

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