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Un hospital le dio amor y ahora ella lo devuelve a niños quemados

Su rostro no puede expresar a su corazón estrujado, ni mucho menos las heridas que su alma carga. El fuego de un rayo había dejado para siempre en su cara una sola expresión. Con su sonrisa casi desdibujada, Susana dedica su vida desde hace 59 años a dar vida a los niños quemados, que alberga un reconocido hospital pediátrico en Perú.

Ella mejor que nadie puede entender el drama, que viven estos niños en el centro hospitalario. Desde los tres años, Susan Garotte Baldeón vive entre las paredes del Instituto Nacional del Niño. Su padre la abandonó en los brazos de una enfermera, tras rescatarla del incendio que provocó el rayo, al caer en un imperdible de la manta que llevaba su abuela, en las alturas de la provincia de Canta en Lima.

Al cumplir los 15 años corrió en busca de sus padres a Tambillo, su pueblo natal. El hospital ya no podría refugiarla más. “Quería saber de mí. Siempre me preguntaba quién soy. Aunque dentro del hospital nunca me faltó amor, quise conocer a mis padres”, cuenta la ahora técnica en enfermería luego de más de 30 años de haber servido a la institución que la vio crecer.

Cuando se presentó ante su madre, luego de buscarla tras uno y otro viaje, su progenitora pensó que era una broma.  “Mi madre me contó que mi padre, luego de abandonarme en emergencia del hospital llegó a la casa y le dijo que había muerto”, comentó para diario El Comercio.

El funesto encuentro bastó para que la valiente mujer encuentre las respuestas que tanto buscaba, en medio de la indiferencia y el desamor.

Salvó de morir pero perdió el antebrazo derecho. Aún así dobla y prepara el material quirúrgico que se dispone para las operaciones. Los padres de los niños del pabellón de quemados están encantados con ella. Y es que “Susan” sabe ganarse la confianza y el amor de los pequeños.

Por un orificio que el fuego dejó en su boca repetía “sus”, Susan. Así lograba comunicarse aún luego del siniestro. Esa palabra fue clave para dar con el paradero de sus padres. “Había sido el nombre de mi madre”, recuerda.

Entre las paredes del hospital, medicinas y operaciones recibió el amor que le hacía falta. En 1984 ingresó a trabajar al Hospital del Niño. Durante 5 años dedicó su tiempo a acompañar a los niños quemados, pero el dolor que guardaba su corazón ya no le permitía continuar en esta unidad. Gran parte de su vida la pasó allí como paciente.

“Acá me salvaron la vida, me protegieron, me dieron amor”, valora Susana. Le dieron trabajo, le dieron vida. Su casa, el Hospital del Niño, acaba de cumplir 87 años de fundación. Esta es una fecha muy especial para ella.

Fue en el mismo paradero desde donde viajaba a su pueblo natal, donde conoció a su esposo y padre de su hija, quien ya ha concluido sus estudios de medicina. Ahora es abuela. Está convencida de que sí uno quiere puede lograr salir adelante.

A Susana le devolvieron la vida. Ella vive agradecida porque ella ahora también sabe dar vida.

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