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Los “descartes” de la sociedad comparten piso

Los descartados de la sociedad unidos, ¿lo imaginan? Ancianos de 80-90 años viviendo con jóvenes de 20-25 años. Compartiendo piso, pero también ilusión y esperanza. Desde hace muchos años se está realizando en las universidades españolas un programa según el cual ancianos y personas mayores abren las puertas de su casa y hogar a jóvenes estudiantes.

De este programa ya se ha beneficiado, por ejemplo, la española Mercedes Gil que a sus 95 años decidió abrir su casa y compartir piso con el ecuatoriano de 30 años Pablo Abimael Flores.

“Ella va a clases de francés, va a clases de memorización… la quiero un montón y a veces le he llegado a decir que es como mi madre aquí en España”, muestra Pablo Abimael en un vídeo promocional de este proyecto.

“Ahora llevas una temporada que no me lo dices y estoy un poco mosca”, le contesta Mercedes con una gran carcajada de ambos.

Este concepto, instalado en muchos países europeos, se denomina homeshare y se ha puesto muy de moda en los ambientes universitarios con la crisis económica. Casi todas las universidades tienen algún proyecto o programa en esta dirección.

Es una buena manera de reducir gastos. La idea es que el joven ofrezca un tipo de ayuda acordada: acompañamiento, tareas del hogar, comunicación, servicio social, etcétera y los ancianos consiguen así no sentirse solos, tienen compañía y cariño.

Pero el sistema quizá sin pretenderlo está consiguiendo algo aún mayor. Está destrozando los límites de la edad y los prejuicios y está rompiendo la cultura del descarte que el papa Francisco ha denunciado en multitud de ocasiones.

Por un lado el descarte de los jóvenes: “Cómo molesta a este sistema económico mundial la cantidad de jóvenes a los que hay que dar fuente de trabajo, el porcentaje alto de desocupación de los jóvenes”. Para el Papa, descartar a los jóvenes hace que tengan “anestesiada la utopía, a punto de perderla”.

Por otro lado los ancianos: “Es malo ver a los ancianos descartados, es algo malo, ¡es pecado! No se atreve a decir abiertamente, ¡pero se hace! Hay algo de vil en esta adicción a la cultura del descarte. Estamos acostumbrados a descartar gente. Queremos quitar nuestro miedo cada vez mayor a la debilidad y a la vulnerabilidad; pero así aumentamos en los ancianos la angustia de ser mal soportados y abandonados”.

Con estos programas no sólo se solucionan las necesidades materiales de jóvenes y las carencias de soledad y falta de compañía de los ancianos. Se va aún mucho más allá. Se produce un contacto generacional que hace que la tradición se perpetúe. Los jóvenes dan fuerza, alegría e ilusión a los ancianos y los ancianos les regalan la fuerza de la tradición y los valores. Así compartiendo, no sólo piso, rompen con el “descarte”.

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