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Dejemos de hacernos la guerra

Dejemos de hacernos la guerra

Por Mónica Muñoz |

Por regla general me considero una persona optimista, sobre todo porque en tiempos difíciles hace falta gente que nos levante el ánimo y haga sentir que vale la pena batallar en esta vida, que no siempre es fácil.

Pero debo confesar que de un tiempo a la fecha he sentido deseos, y así lo he expresado, de que este mundo pronto llegue a su fin. Estoy experimentando lo que mucha gente: decepción y desencanto por el maltrato que el ser humano sufre por su propio hermano.

Me refiero no solamente a las guerras, sino a los enfrentamientos que se realizan día a día en las calles, donde en vez de comportarse con cordura y respeto, la gente se destroza con malas palabras y revanchismos de todo tipo solamente porque no piensan de la misma manera.  Me asusta ver las noticias y enterarme de que están surgiendo muchos “vengadores anónimos” que, ante el hartazgo de los ciudadanos por tantos asaltos sufridos, hacen justicia por propia mano y son vistos con buenos ojos.  ¿Qué más tiene que suceder, por qué hemos llegado tan lejos como sociedad?

También llama la atención  que las personas viven con demasiada prisa y no se detienen a pensar en lo que verdaderamente importa, es decir, se parten el alma para hacerse de bienes materiales, desperdiciando la vida junto a sus seres queridos.  Es sólo cuando llega el momento de la prueba cuando entienden que, forzosamente, deben frenar su ritmo de vida para tratar de resarcir el daño y dedicarse a las personas, no a las cosas, pero, ¿por qué esperar tanto?

Y de la misma manera, no hay que hacer una investigación muy profunda para entender que los males que azotan a México se derivan de la falta de Dios.  Porque cuando se carece de valores cristianos, es fácil caer en excesos y abusos.  Los secuestros, violaciones, robos y demás aberraciones que abundan en nuestro territorio hablan de ello.  Se entiende que el que ama a su prójimo buscará su bien. Quien nunca se ha sentido amado ni ha experimentado el amor de Dios, actuará sin escrúpulos.  No hay que ser un genio para entender que los niños que han sufrido abusos y abandono por parte de quienes deberían protegerlos, no sean capaces de responder con amor. ¿Cómo, si siempre han sido despreciados?

Y qué decir de lo que viven los jóvenes, que, ante la falta de buenos consejos y formación espiritual y humana, toman decisiones basados en emociones, sin pensar en las consecuencias de sus actos.  No es suficiente creer que la mal llamada educación sexual se encargará de hacerlos entrar en razón.  Es un error imaginar que los embarazos no planeados y las enfermedades, además de la promiscuidad y falta de compromiso se arreglarán regalando preservativos y anticonceptivos.  Enseñar el inapreciable valor del cuerpo y la dignidad humana a los jóvenes les ayudará a comprender que deben esperar antes de experimentar sensaciones pasajeras que nada bueno les dejarán, pues se vuelven esclavos de sus pasiones y sentidos, impidiéndoles ver la belleza de una relación limpia, libre de ataduras que les permitirá descubrir su vocación y ser felices con la persona o el estado de vida que decidan elegir.

Es hora de que cambiemos esta terrible realidad.  Constantemente escuchamos las quejas de quienes desearían una solución mágica, culpando a los demás de lo que ocurre.   Es necesario que hagamos lo que nos toca, desde nuestra trinchera y con la gente que tenemos cerca, sólo así estaremos seguros de caminar sobre tierra firme y no en arenas movedizas.  Debemos dejar que Dios inunde nuestra existencia, seamos católicos o no,  comprendamos que necesitamos volver nuestra mirada al cielo para entender lo inexplicable, para pedir fuerza ante la adversidad y para encontrarle sentido a las desgracias, seguros de que si hacemos lo que nos toca, finalmente recibiremos la recompensa.

No todo está perdido, pero debemos recordar que Cristo pidió que nos amáramos los unos a los otros, sólo así el mundo creerá.  Si peleamos y deseamos el mal a los otros, nunca saldremos de este círculo vicioso.  Trabajemos por lograr la unidad con los que se oponen a nosotros, pasemos más tiempo con nuestros niños, adolescentes y jóvenes, platiquemos con ellos, cultivemos las relaciones humanas y el amor verdadero, dejemos de pensar sólo en el placer y aceptemos el dolor como parte inherente de la vida, dediquemos tiempo a convivir con nuestros seres queridos, ayudemos a nuestro prójimo y amemos a Dios, que siempre está con nosotros.  Pero hagámoslo ya, no cuando las cosas ya no tengan remedio.  De esta manera comenzaremos a ver un horizonte más claro en esta oscura realidad que nos envuelve cada vez más.  Tengamos esperanza.

¡Que tengan una excelente semana!

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