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¿Esperas al príncipe azul de Disney en la vida real?

¿Quién no recuerda a Blanca Nieves, La Sirenita, La Cenicienta, todas las princesas con una historia muy particular, un inicio hermoso de vida feliz, atacadas por una bruja, pero siendo rescatadas por un “príncipe azul”?  La verdad, aún no entiendo por qué el color azul, pero en fin, el punto es que siempre terminaba igual: se conocen, se dan un beso, se casan y viven felices para siempre.
 
Disney ha hecho grandes cosas por las niñas. Siempre hemos soñado con ser princesas de verdad, pero sobre todo soñamos con que llegue ESE príncipe, el que te salva con un beso, el que dice amarte y al conocerte canta y baila contigo, el que te rescata y salva, aquél que se fija solo en ti y para quien tú eres única, el que te propone matrimonio y, obvio, te lleva a vivir para siempre feliz a un castillo.
 
Para muchas esa ha sido su fantasía en la infancia, lo malo es cuando seguimos proyectando ese sueño de tener un “príncipe azul” que cambie nuestras vidas con amor verdadero. Pero, ¿es el príncipe el único que me puede mostrar el amor? ¿Tengo que esperar encontrar un príncipe perfecto, uno que me va a rescatar de mis temores, de mi miseria y de mi vacío y soledad?
 
Bueno, gracias Disney por las historias de príncipes y princesas a las que nos han tenido acostumbradas, pero la vida real no es eso. No vamos a encontrar un príncipe azul como lo han pintado —y del tono de azul que queremos—. Además, no solo el amor de un príncipe es el que nos puede “salvar”.
 
Gracias a Dios, hay algo diferente en sus últimas producciones: Frozen y Maléfica. ¿Qué cambia en estas películas?
 
En Frozen, Olaf, el muñeco de nieve, le explica a Anna (la menor de las hermanas) que el amor es buscar la felicidad del otro aunque la propia se vea afectada. Por otro lado Elsa, la hermana mayor que tiene el poder de congelar todo, le dice a Anna que no puede casarse con alguien a quien acaba de conocer, por más “príncipe” que parezca.

Este mensaje rompe con todos los esquemas a los que nos habían acostumbrado, tanto que en un momento yo me preguntaba: ¿qué diría la Cenicienta si escuchase esto? En Frozen, Cristoph, y no Hans, es el amigo de Anna que, aunque está enamorado de ella, busca ayudarla en todo momento sacrificando su propia felicidad para que ella sea feliz al lado de quien ella está… ilusionada.

Por otro lado Anna, al final de la película, prefiere sacrificarse a sí misma para salvar a su hermana Elsa, en vez de recibir el (por nosotros esperado) beso de Cristoph que, supuestamente, la va a salvar a ella de convertirse en una estatua de hielo. Y es justamente ese sacrificio, es ese pensar en salvar a su hermana antes que salvarse a sí misma, el amor verdadero que la salvará también a ella de su congelamiento. Es un final que rompe con el típico final al que Disney nos había tenido acostumbrados por décadas.
 
¿Y Maléfica?
 
Maléfica era un hada feliz. Ella creía en el amor, sin embargo, fue engañada. ¿No es esto algo tan frecuente hoy en día, no solo por parte de los hombres sino también de mujeres? Debido a esa experiencia Maléfica se llena de rencor y se convierte en una bruja sombría que “regala” una maldición a una pequeña niña. Por cosas del destino ella terminará cuidando y salvando a aquella niña de la maldición con un beso de amor verdadero, un beso de madre. No es ya el beso de un príncipe que la salva de la maldición, sino el amor de Maléfica que termina salvando a la niña, un amor que redime incluso a la misma Maléfica de su rencor.
 
En resumen, el amor que nos salva ya no se concentra en el amor de un príncipe azul que nos va a rescatar del mal y nos llevará al castillo soñado, ya no se encuentra en personas o personajes perfectos e idílicos —absolutamente irreales— que se encuentran, se enamoran inmediatamente y son felices para siempre.
 
¡Qué bien nos viene este mensaje, que nos recuerda que el amor verdadero es entrega, lucha, amistad, sacrificio, aceptación, redención del propio mal! Eso nos acerca más a la realidad y nos recuerda que la persona que esperamos tener a nuestro lado —nuestro “príncipe azul” o la “princesa de nuestros sueños”— será igual de imperfecta que nosotros mismos.

La vida real está hecha de muchos momentos de alegría, pero también de dolor y tristeza. Las personas reales tenemos no solo virtudes y trato agradable, sino también malas costumbres, mal humor, malos hábitos, actitudes de egoísmo, etc. Si tenemos esto en cuenta, la aventura del amor será más intensa, de mayor de entrega y, sobre todo, más real.
 
Ginette Oviedo, Colaboradora de LOV. Artículo originalmente publicado por La Opción V

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