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¿Es posible un matrimonio sin sexo, una especie de celibato?

Me gustaría saber si para la Iglesia es aceptable el celibato en el matrimonio.

La pregunta necesita un poco más de delimitación y aclaración. Aclaración, porque el término “celibato” no es el más adecuado, pues significa renuncia al matrimonio (por el reino de los cielos). De lo que se trata entonces es la posibilidad de vivir como célibe sin serlo propiamente; o sea, en una completa continencia.

Además, se trataría de una continencia por motivos religiosos, con lo que se excluye que se deba a otras causas, como por ejemplo impotencia sobrevenida, o posible contagio de enfermedades.
 
La cuestión en realidad es muy vieja, y en la antigüedad se refería a los sacerdotes. El concepto de celibato sacerdotal es bastante moderno, y lo que se planteaba en los primeros siglos no era si el sacerdote debía de ser célibe, sino si en todo caso –también si estaba casado- debía vivir lo que se denominaba continencia (o castidad) perfecta.

Sin entrar en detalles, hubo de todo: desde lugares y momentos en que se exigía, hasta otros en los que se recomendaba o simplemente se pasaba por alto. Toda esta discusión en Occidente se abandonó cuando se impuso el celibato. Una de las razones para decantarse por esto último era clara: había unos deberes conyugales y familiares que atender.
 
Hay un texto de san Pablo que encauza la respuesta a esta cuestión: No privéis al otro de lo que es suyo, a no ser de mutuo acuerdo durante algún tiempo, para dedicaros a la oración; y de nuevo volved a vivir como antes, para que Satanás no os tiente por vuestra incontinencia (I Cor 7, 5).

Lo más interesante de este texto no son las palabras finales, sino las iniciales. Desde el momento en que contraen matrimonio, hay una pertenencia mutua de los cónyuges en su conyugalidad, que convierte esa donación en una obligación de justicia: el débito conyugal.

De ahí que no sea acertada una decisión unilateral de abstenerse de relaciones conyugales, pues supone privar a la otra parte “de lo que es suyo”, de lo que en justicia le corresponde. Cualquier decisión en este sentido debe ser, como señala san Pablo, de mutuo acuerdo.
 
Ese mismo capítulo de la Epístola a los Corintios contiene otra frase que aquí resulta clave: Que cada uno permanezca en la vocación en que fue llamado (20; se reitera en 24). En la actualidad quedan pocas dudas de que el matrimonio, para un cristiano, es una verdadera vocación.

Como tal, es una misión y un cauce de entrega: al cónyuge, a los hijos. Y constituye un deber el asumirla, con lo que lleva consigo. Por eso, como principio, no es acertado separarse de ella. Por eso, también, se aceptan (en el rito latino) para el sacerdocio y la vida religiosa viudos, pero en ningún caso casados, aunque se comprometan a dejar de vivir como tales.
 

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