Esto nos llevó al silencio que acabó con nuestro matrimonio
Dos días antes de iniciar el proceso contencioso de nuestro divorcio, promovido unilateralmente por mi esposa, salí a caminar. Quería meditar mi postura ante lo que veía como una bofetada con guante blanco.
Me detuve a tomar un café y me puse a pensar sobre lo que realmente me sucedía. Me reconocí espiritualmente cansado, harto de razonar en primera persona, como si mi ego fuera un pedazo de metal pegado a un poderoso imán de razonadas sin razones:
- “No me valora”
- “No me entiende”
- “Me desprecia”
- “Es incorregible”.
Me sentía virtuoso al vivir mi matrimonio apegado a las responsabilidades del “deber ser”. No se me ocurriera darle importancia la capacidad de mi esposa para amar y perdonar mis intransigentes actitudes. La descuidé y no le mostraba cuánto le amaba.
Al contrario, cada día le mostraba lo que para mí eran sus frustrantes defectos y limitaciones, ante los cuales no pensaba ceder.
¡Qué lejos estaba de imaginar entonces lo que nos iba a ocurrir!.
Sí , mi esposa por supuesto que tenía sus defectos, unos reales y otros agrandados por mi imaginación y soberbia. Pero, con todo, mi mujer tenía una perfección de amor de la que yo carecía. Quería mejorar al tiempo que esperaba con humildad ser amada con sus propias carencias, que por eso no camuflaba.
Cuanto sufrimiento pude ahorrarle, si así lo hubiera entendido y valorado. En vez de eso la consideré débil e ignorante, por lo que no fui capaz de aquilatar su personal sentido de dignidad, que terminaría por imponerse y al cual me habría de enfrentar.
Tarde reconocí que en cuanto al amor uno mismo, ella era fuerte y yo débil.
Comenzó por guardar silencio ante mis presiones y comentario faltos de caridad. Mis comentarios solo leprovocaban respuesta emocionales que no le permitían expresar lo que sentía. Aprendió inteligentemente a callar y a recurrir a un silencio que fue creciendo y que en sí era elocuente, pero que me fue indiferente.
Así, eran dos los silencios confrontados:
- el mío por soberbia y sin medir consecuencias,
- el suyo por dignidad, y en un afán de hacerme rectificar.
El suyo se convertió en un silencio definitivo, pues había decidido salirse de mi vida sin dejar abierta la menor rendija. Jamás volvería a escuchar sus sinceros reclamos, sus frases cariñosas por sensibilizarme, sus desesperadas advertencias, sus rezos en murmullo…
¿Cómo va a ser mi vida sin ella?
Las conclusiones a las que suelen llegar los que fracasan en su matrimonio no tuvieron cabida en mi conciencia. De nada me servían a mí pensamientos como estos:
- “Finalmente tengo derecho a ser feliz”
- “Voy a rehacer mi vida”
- “Voy a encontrar a otra persona”
- “Voy a comenzar de nuevo”
Al contrario, al verme al borde del abismo de la soledad, me asaltó esta pregunta: ¿Cómo va a ser mi vida sin ella? La amaba, pero entonces con la angustia de quien no supo lo que tenía hasta que lo perdió.
Desesperado y consciente de mi enorme descrédito, intenté una y otra vez romper su silencio para dialogar y rescatar lo que creía que aún era rescatable, más no lo logré. Y en el abismo de mi soledad, me refugié en el trabajo y en el alcohol, mientras se bajaba el telón de una triste obra en la que había sido el actor principal.
Han pasado los años, superé el alcoholismo y me volví a casar con una buena mujer. Pero, el fracaso de mi primer matrimonio marcó mi vida con una frustración insuperable de haber sido yo, y solo yo, el causante de nuestra ruptura. Sufro el dolor de quién causó el mayor dolor al ser que me amó incondicionalmente en mi etapa de mayor inmadurez.
No hace mucho, mi esposa y yo discutimos fuertemente, en otros tiempos, mi primera reacción habría sido montar en cólera, pero al verla guardar silencio la abracé inmediatamente.
Con todo, no puedo ser plenamente feliz, pues mis sonrisas tienen algo de “los dientes para afuera” pues contienen la sombra de una pena temporal, cuyo precio habré siempre de pagar si quiero pasar verdaderamente por una purificación de corazón, cuyo dolor me permita rezar por mi ex esposa.
Para mí, esa es y será hasta el fin de mis días la única forma de abonar sin nunca saldar, un amor que en justicia quedé debiendo.
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