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Dar de comer al hambriento… camino de relación con Dios

Dar de comer al hambriento… camino de relación con Dios

Poder comer y beber son “derechos universales de todos los seres humanos” y, al mismo tiempo, “a través del dar de comer al hambriento y de dar de beber al sediento, pasa nuestra relación con Dios”, porque “la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta»: es incapaz de hacer obras, de hacer caridad, de dar amor. Hay siempre alguien que tiene hambre y sed y tiene necesidad de mí. No puedo delegar a ningún otro. Este pobre necesita de mí, de mi ayuda, de mi palabra, de mi empeño”. La descripción de las obras de misericordia, a la cual el Papa está dedicando la catequesis para la audiencia general, hoy Francisco la dedicó a “dar de comer al hambriento y de beber al sediento”.

El Papa partió de la consideración de que “una de las consecuencias del llamado “bienestar” es aquella de llevar a las personas a encerrarse en sí mismas, haciéndolas insensibles a las exigencias de los demás”, incluso ante aquellos que tienen hambre y sed. “Se hace de todo – dijo dirigiéndose a las 40.000 personas presentes en Plaza San Pedro- para ilusionarlas presentándoles modelos de vida efímeros, que desaparecen después de algunos años, como si nuestra  vida fuera una moda a seguir y cambiar en cada estación. No es así. La realidad debe ser acogida y afrontada por aquello que es, y muchas veces nos presenta situaciones de urgente necesidad. Es por esto que, entre las obras de misericordia, se encuentra el llamado al hambre y a la sed: dar de comer al hambriento – existen muchos hoy, ¡eh! – y de beber al sediento. Cuantas veces los medios de comunicación nos informan de poblaciones que sufren la falta de alimentos y de agua, con graves consecuencias especialmente para los niños.

“Ante estas noticias y especialmente ante ciertas imágenes, la opinión pública se siente afectada y de vez en cuando se inician campañas de ayuda para estimular a la solidaridad. Las donaciones se hacen generosas y de este modo se puede contribuir a aliviar el sufrimiento de muchos. Esta forma de caridad es importante, pero tal vez no nos involucra directamente. En cambio cuando, caminando por la calle, encontramos a una persona en necesidad, o quizás un pobre viene a tocar a la puerta de nuestra casa, es muy distinto, porque no estamos más ante una imagen, sino somos involucrados en primera persona. No existe más alguna distancia entre él o ella y yo, y me siento interpelado. La pobreza en abstracto no nos interpela, pero nos hace pensar, nos hace acusar; pero cuando tú ves la pobreza en la carne de un hombre, de una mujer, de un niño, ¡esto sí que nos interpela! Y por esto, esa costumbre que nosotros tenemos de huir de la necesidad, de no acercarnos o enmascarar un poco la realidad de los necesitados con las costumbres de la moda. Así nos alejamos de esta realidad. No hay más alguna distancia entre el pobre y yo cuando lo encuentro. En estos casos, ¿Cuál es mi reacción? ¿Dirijo la mirada a otro lugar y paso adelante? O ¿Me detengo a hablar y me intereso de su estado? Y si tú haces esto no faltara alguno que diga: “¡Pero este está loco al hablar con un pobre!” ¿Veo si puedo acoger de alguna manera a aquella persona o busco de librarme lo más antes posible? Pero tal vez ella pide solo lo necesario: algo de comer y de beber. Pensemos un momento: cuantas veces recitamos el “Padre Nuestro”, es más, no damos verdaderamente atención a aquellas palabras. “Danos hoy nuestro pan de cada día”.

“En la Biblia, un Salmo dice que Dios es aquel que «da el alimento a todos los vivientes» (136,25). La experiencia del hambre es dura. Lo sabe quién ha vivido periodos de guerra o carestía. Sin embargo esta experiencia se repite cada día y convive junto a la abundancia y al derroche. Son siempre actuales las palabras del apóstol Santiago: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso esa fe puede salvarlo? ¿De qué sirve si uno de ustedes, al ver a un hermano o una hermana desnudos o sin el alimento necesario, les dice: “Vayan en paz, caliéntense y coman”, y no les da lo que necesitan para su cuerpo? Lo mismo pasa con la fe: si no va acompañada de las obras, está completamente muerta» (2,14-17): es incapaz de hacer obras, de hacer caridad, de dar amor. Hay siempre alguien que tiene hambre y sed y tiene necesidad de mí. No puedo delegar a ningún otro. Este pobre necesita de mí, de mi ayuda, de mi palabra, de mi empeño”… “Lo es también la enseñanza de aquella página del Evangelio en la cual Jesús, viendo a tanta gente que lo seguía desde hacía varias horas, pide a sus discípulos: «¿Dónde compraremos pan para darles de comer?» (Jn 6,5). Y los discípulos responden: “Es imposible, es mejor que los despidas…”. En cambio, Jesús les dice: “No. Denles de comer ustedes mismos” (Cfr. Mt 14,16). Se hace dar los pocos panes y peces que tenían consigo, los bendijo, los partió y los hizo distribuir a todos. Es una lección muy importante para nosotros. Nos dice que lo poco que tenemos, si lo ponemos en las manos de Jesús y lo compartimos con fe, se convierte en una riqueza sobreabundante.”.

“El Papa Benedicto XVI, en la Encíclica Caritas in veritate, afirma: «Dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia universal. […] El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos. […] Por tanto, es necesario que madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones» (n. 27). No olvidemos las palabras de Jesús: «Yo soy el pan de Vida» (Jn 6,35) y «El que tenga sed, venga a mí» (Jn 7,37). Estas palabras son toda una provocación para nosotros los creyentes, una provocación para reconocer que, a través del dar de comer al hambriento y el dar de beber al sediento, pasa nuestra relación con Dios, un Dios que ha revelado en Jesús su rostro de misericordia”.

Luego del discurso, Francisco recordó que el próximo domingo 23 de octubre la Iglesia celebra la Jornada misionera mundial, “una ocasión valiosa para reflexionar sobre la urgencia del compromiso misionero de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. También nosotros estamos llamados a evangelizar en el ambiente en que trabajamos y vivimos”, dijo.

Finalmente, al saludar a los peregrinos polacos, el Papa recordó que hoy la liturgia conmemora al beato mártir Jerzy Popiełuszko, el sacerdote polaco asesinado por el régimen comunista en 1984, que fue beatificado el 6 de junio de 2010. “El se expuso en primera persona a favor de los obreros y de sus familias, reclamando justicia y condiciones de vida dignas, la libertad civil y religiosa de la patria. Las palabras de San Pablo: ‘No os dejéis vencer por el mal, sino más bien, venced el mal con el bien’ (Rm 12,21) fueron el lema de su pastoral. Dichas palabras son también hoy, para nosotros y para todo el pueblo polaco, un reto para construir un orden social justo en la vida cotidiana, en la búsqueda del bien evangélico”.

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