El día en el que Dios transformó mi miedo
Sabía que necesitaba más pero quería seguir sobreviviendo según mis parámetros y mis formas de entender la vida. Sabía que necesitaba a Dios, que Él me quería decir algo, pero me dolía demasiado recibirlo como Él se me quería dar.
Hasta que me rendí y Dios lo derrumbó todo. Ahí donde yo decía: ya no se puede nada, Él comenzó todo.
Entendí que Dios me amaba también cuando no quería ser reducido a lo que ya había entendido o experimentado de Él. Me di cuenta de que Él era mucho más y que lo que tenía de Él era muy poco. Que había tratado de retenerlo, de poseerlo y que como no lo había logrado había fracasado hasta el punto de pensar que nada tenía sentido.
En el silencio, en la ausencia, en la oscuridad, Dios me dispuso para un encuentro más profundo. Eso era lo que Él tenía preparado para mí y yo no lo sabía.
No era que todo lo que me dolía se había ido, sino que pude verlo de forma diferente.
Sabe más el que sabe que Dios no es nada de lo creado. Sabe más el que no limita la realidad a la experiencia. Sabe más el que no busca poseerlo sino que lo deja ser Dios.
Porque, aunque todo eso nos deje pobres y desnudos, es una gracia de desilusión pues nos permite lanzarnos a la certeza de que las personas, las cosas, las situaciones no son el destino.
Aunque era de noche, Señor, pude verte, pude ver en la oscuridad, pude entender a la noche. Fui herida de dicha y pude ver lo cierto en la incertidumbre.
Comprendí de lo que se trataba la violencia y la ternura del amor. Un amor que se recibe, no se posee; un amor que se vacía para estar lleno y que no se cansa de buscar.
Ese día, puedo decir con absoluta certeza: mi vida cambió para siempre.
En algunos momentos me siento triste y las cosas no salen como yo quiero. Todavía siento miedo y frustración. Todavía me duele. Todavía sigo queriendo retener a Dios. Sigo confiando más en el día y a veces me cuesta atravesar las cosas para llegar a Él. Pero ahora no desespero, espero y recibo.
Trato todos los días de recordar quién es el que continuamente me está amando y busco permanecer en ello, pues aprendí que la memoria no es recordar que alguna vez lo vi o tuve su amor, la memoria es tomar conciencia de que cuento cada día con su amor.
Todo sucede, todo pasa, todo deviene… por lo tanto hay que buscar el equilibrio, poner los pies en la tierra y abrazar la realidad. Tener presente que no soy más que un pedacito diminuto de tierra que quiere cielo.
Abrazar la noche estrellada donde está la profunda certeza de mi fe, que es también, la misma noche estrellada en la que todo se agita… porque esa es la aventura de existir.
Espero y recibo de Dios y de la realidad. Porque la verdadera respuesta no está en la conciencia de un mandamiento sino en la certeza de ser absolutamente amado.
Cuánto tiempo pasó, y sin embargo, al fin, comencé a ser como una niña y a intuir lo que es la verdadera paz…
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