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Henry, un “pescador de hombres” que lucha contra las drogas en Colombia

Todos los sábados Henry Aristizábal sale muy temprano a “pescar”, lleva su “carnada” con él y se ubica en una zona de vicio en Cali, cerca al túnel vehicular que conduce a la Terminal de Transportes. Es ahí que los “peces” que empiezan a salir comparten no sólo el alimento que se les lleva sino la predicación de la Palabra de Dios.

Henry trabaja en la actualidad de inmobiliario independiente, pero la mayoría de su tiempo la dedica a la Fundación. Es católico pero su trabajo pastoral le ha llevado a entablar relación con personas de distintos credos que se han sumado a la causa de servir y dar lo mejor de sí para los habitantes de calle que viven sumergidos en las drogas.

El señor Aristizábal ha querido compartir con Aleteia su testimonio de vida contando cómo ahora está volcado a “sacar a muchas almas de ese infierno, darles la mano para que salgan de ese calvario y vuelvan tener paz sin drogas”.

El infierno de las drogas

 Aristizábal Lago vivió durante 20 años una doble vida. Desde pequeño tuvo los recursos para estudiar en uno de los mejores colegios de Cali, el Colombo Británico. Ya de joven tuvo la oportunidad de realizar sus estudios universitarios en la Universidad de California y emprender un camino exitoso como empresario inmobiliario en su ciudad natal hasta que las alegrías en su vida se vieron truncadas cuando por curiosidad empezó a incursionar en el mundo de las drogas, con la cocaína.

Con la ingenuidad propia de quienes inician este camino pensó en su momento que podía controlar el consumo, pero cuando menos lo pensó cayó muy al fondo del pozo probando también “bazuco” (una droga).

Como era de esperarse perdió su familia: esposa e hijo, su empresa, su vida social. Todo lo que ganaba era invertido en satisfacer su necesidad de controlar su adicción. “Para mí ganar dinero se volvió algo mortificante, porque sabía lo que me esperaba”, cuenta Henry.

Un regalo para los demás

 Sus últimos cinco años de adicción fueron los más duros; pasó a ser un habitante más de calle que debajo de un puente estaba horas consumiendo drogas.

Un día, desesperado, pensó en acabar con esa historia y la única manera que encontró fue la posibilidad de acabar con su vida. Henry cuenta que compró un seguro de vida pensando en dejar algo para su familia que tanto había sufrido. Al cumplirse los 90 días que el seguro exigía para ser reembolsado confrontó a Dios dudando de su existencia pues nunca le había dado la mano, dice él, y preparó el bazuco, la cocaína y el mercurio para su suicidio.

Sin embargo, no sabe cómo se quedó dormido profundamente y al despertar, al día siguiente, no volvió a sentir ansiedad ni deseo de consumir nada. “Yo creo en eso: Dios me sanó ese día.  La droga dejó de ser parte de mí”.

Por esos días un amigo le había llamado para que le acompañara a un proyecto social en donde atendían a habitantes de calle, meses después Henry comprendió lo que Dios había obrado en él. “Era más que un milagro. Era un don que le había regalado para pescar hombres para el Señor.” Así comenzó su obra.

La Fundación fue creada, por Henry y su familia, hace ocho años con la intención de compartir su testimonio y así ayudar a otros. La dinámica del compartir se centra en hacer alabanza y dar gracias a Dios por las bendiciones recibidas. “No se trata de llevarles solo comida, sino la palabra de Dios, la oración, para que obre en ellos como obró en mí”, añade Henry.

Todos los sábados se reúne en el mismo lugar y cuenta su testimonio usando la jerga que aprendió en la calle. Algunos después de recibir la comida y escucharle se van, pero han sido muchos los que se quedan y piden ayuda. Dice Henry: Ahí es cuando comienza la obra.

A los que quieren salir de la adicción Henry los conduce a casas cristianas para que inicien su proceso de rehabilitación, aunque algunas entidades no los reciben. Les lleva comida, ropa. Después les busca trabajo ya que su intención es darles la posibilidad de empezar un nuevo estilo de vida. Para financiar todo ello recibe el apoyo de varios de sus amigos del colegio que hoy son personas pudientes. Lamentablemente también se ha encontrado con respuestas duras: Para qué les da comida, déles veneno para que acabe con esa gente.

A pesar de encontrarse con algunas puertas cerradas Henry no deja de soñar. Él desea que el Estado le asigne una finca con capacidad para seis mil personas. El diseño ya está listo sólo necesita el espacio y ahí poder ofrecer distintos servicios terapéuticos, deportivos, formación técnica y tener una granja de autoabastecimiento, de esa manera podrá atender de manera íntegra “a esas ovejas perdidas en el abismo infernal de la droga”.

Finalmente, vale reconocer su trabajo incansable para pescar hombres para Dios con la convicción de que su labor contribuye a que “el mundo sea mejor y que todos los hombres alcancemos una vida plena y placida. Aprendiendo a amarnos en las diferencias”.

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