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El último acto: Hay vida antes de morir

El argumento de esta coproducción entre Inglaterra y Hungría dirigida por el húngaro János Edelényi, está escrito por los guionistas Gilbert Adair y Tom Kinninmont, y se centra en el personaje de un actor jubilado, el legendario Sir Michael Gifford (Brian Cox), que vive recluido en su mansión de campo.

Desde hace años sufre una enfermedad degenerativa que intenta ocultar al público, y se ha convertido en una persona intratable e irascible, que rechaza a todas las cuidadoras que su hija Sophia (Emilia Fox), y su ama de llaves, Milly (Anna Chancellor), le buscan. En un último esfuerzo contratan a Dorottya, una joven húngara, que secretamente aspira a convertirse en actriz. A pesar del temperamento de Sir Michael y de la desconfianza de su familia, el amor que ambos comparten por Shakespeare, les ayudará a afrontar un último acto.

La película nace de las experiencias personales del cineasta, tanto de la enfermedad como del exilio, y consigue combinar comedia y drama en una película nada sentimental, pero sí muy cercana al espectador. La película no es excesivamente original, ya que el contraste entre el anciano gruñón y el personaje joven que le reconcilia con la vida lo hemos visto muchas veces, declinado de muy diferentes modos.

Sin embargo, la película funciona bien, y resulta fresca e interesante, logrando eclipsar ese posible aire de dejá vú. A ello contribuyen, sin duda alguna, unos actores de la fuerza de Brian Cox y la joven Coco König, que llena la pantalla con su espontánea naturalidad. Un coro de secundarias de gran personalidad como Emila Fox y Anna Chancellor ponen el broche de oro a un gran reparto.

El último acto deja claro que los deseos humanos no se jubilan con la edad, y que la necesidad de ser fecundo y disfrutar de la vida no caducan. Sir Michael y Dorottya, a pesar de sus diferencias de edad y cultura, comparten la misma pasión por el teatro, y desde ahí podrán construir una pequeña historia común que será beneficiosa para ambos.

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