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3 malas costumbres que hacen que tu vida sea menos sana

Muchas de nuestras actitudes del día a día interfieren directamente en nuestro estado de humor, en la productividad, en la calidad de nuestro descanso, en nuestro bienestar. Cambiar actitudes es difícil, especialmente cuando se han convertido en costumbres, pero… es fundamental revisar algunos comportamientos cotidianos y nocivos si queremos seriamente mejorar nuestra calidad de vida.

Aquí te recuerdo 3 hábitos nocivos que podrías tener, que van contra los ritmos de la naturaleza y que hay que corregir cuanto antes:

Nuestra sociedad cada vez más artificial tiende a dar cada vez menos atención a los ritmos de la naturaleza, tanto a largo plazo como en el día a día. Sin embargo, las consecuencias dejan claro que esos ritmos no pueden simplemente ser ignorados como si pudiésemos mandar en el orden natural (y no es poca la gente convencida de que tenemos poder sobre la naturaleza…).

Uno de los elementos naturales que varían a lo largo del día con más evidencia es la luz.

¿Has oido hablar de la luz azul de corta longitud? Pues bien: los rayos de sol contienen altas concentraciones de ese tipo de luz. Cuando exponemos los ojos a ella, nuestro organismo interrumpe la producción de melatonina, que es la hormona que induce el sueño, despertándonos.

Así,  cuando los rayos solares pierden la luz azul, al final de la tarde, sucede lo contrario: nuestro cuerpo vuelve a producir melatonina y, en consecuencia, nos deja somnolientos. Por fin, durante la noche, cuando los rayos del sol no nos llegan y nuestro cerebro naturalmente no espera estar expuesto a la luz, es precisamente cuando, si ésta se produce, altera de forma sensible el humor, el nivel de energía y la calidad del sueño.

Sucede que muchos dispositivos que utilizamos continuamente, como los smartphonesnotebooks y tablets, emiten esa luz azul de corta longitud directamente a nuestros ojos. ¿Y qué sucede con la producción de melatonina cuando nos vemos expuestos a esa luz? Pues que la producción se interrumpe, interfiriendo en el sueño. Y esta exposición antinatural, cuando se produce de forma continuada, afecta a la salud. Así que es buen momento para empezar a respetar un poco los ritmos de la naturaleza.

Nuestro cerebro necesita, de media, al menos 15 minutos consecutivos para poder concentrarse en una única tarea. Al lograr concentrarnos en una tarea, entramos en un flujo de productividad en el que rendimos cinco veces más que cuando nuestra concentración se interrumpe.

Pero ¿qué es lo que tendemos a hacer a lo largo del día? Mirar los mensajes en las redes sociales, buscar los resultados del campeonato, pasear por los portales de noticias, hacer (más de) una “pequeña” pausa para tomar algo… Todo eso nos saca del ambiente de concentración y… cuesta más de 15 minutos de dedicación contínua, después de cada interrupción, para volver al estado de concentración.

Esto vale también para un hábito que puede incluso parecer productivo, pero no lo es: el de programar notificaciones, alertas y alarmas que nos distraen durante todo el día. Cada vez que se nos notifica un nuevo mensaje o una tarea pendiente, se nos saca de ese flujo de productividad que nuestro cerebro había tardado 15 preciosos minutos en conseguir.

En vez de sabotear tu propia concentración con avisos sonoros y visuales espaciados durante la jornada, ponte horarios fijos para responder a los e-mails, verificar los mensajes, hacer pausas. Así lograrás concentrarte en las tareas específicas de cada uno de tus objetivos y avanzarás más rápido, enfocándote en una cosa cada vez, evitando rehacer o tener que empezar de nuevo a causa de las distracciones.

El orden normal del tiempo, conforme a nuestra experiencia natural cotidiana, es secuencial: primero viene el “antes”, después viene el “durante” y por fin viene el “después”. Exceptuando realidades paralelas propias de la ciencia ficción, las cosas suceden en este orden: empiezan, prosiguen y terminan.

¡Pero mucha gente no empieza! Se conforma con imaginar cómo sería la vida “después de” resolver tal cosa pendiente, “después de” asear la casa, “después de” leer tal libro, “después de” hacer tal trabajo, “después de” conseguir tal objetivo, “después de” solucionar tal problema que me angustia desde hace meses… Allí sí que “seré” feliz, “sabré” tal idioma, “tendré” una casa bien ordenada, “haré” mi trabajo con más cuidado, “tendré” tiempo para la familia, para los amigos, para Dios… Siempre en futuro, nunca en presente.

Es una tentación común la de esperar para empezar a hacer algo sólo cuando tenemos la “certeza” de que será así. Es cierto que no se pueden hacer las cosas sin evaluarlas antes ni planificarlas, pero también es cierto que uno no puede pasarse la vida planeando, soñando y calculando, en lugar de haciendo cosas. ¿Cómo podrás terminar algo si nunca lo empiezas? ¿Cómo esperas mejorar los resultados si no pruebas tus ideas e identificas en la práctica lo que puede ajustarse? ¡Si escribes un texto mal, podrás corregirlo, pero nunca podrás corregir una página en blanco!

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