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Moscú, adiós a Rada la hija de Krusciov que vió a Juan XXIII

Rada Krusciova dijo feliz: “Usted tiene las manos grandes y nudosas de los campesinos, como las de mi padre”. Al final de la audiencia Juan XXIII confesó a su secretario Loris Capovilla: “Puede ser una desilusión o un hilo misterioso de la Providencia que no tengo el derecho de romper”.

La historia ha demostrado la importancia de un gesto inesperado. La “diplomacia de las relaciones personales” de Juan XXIII dió comienzo en el ’63 al deshielo con el Kremlin cuando la joven rusa fue recibida en el Vaticano con el marido, Alexei Adjubei. Ayer Rada, hija del ex líder soviético Nikita Krusciov, murió en un hospital de Moscú a los 87 años. “Para disolver la rigidez de la geopolítica, servía la sonrisa del Papa bueno –explica el historiador católico Agostino Giovagnoli–. La Ostopolitik se basaba en el respeto hacia la persona, consideraba a los comunistas como individuos y no como expresión de una ideología o movimiento político. Afectos e uniones familiares apaciguaron los vientos de la Guerra Fría”. A partir de ahí la diplomacia de la Santa Sede se acercó a Europa del Este obteniendo espacios de libertad después de décadas de feroz opresión de la Iglesia. La Secretaría de Estado traducía en pasos formales las “conquistas del diálogo” aplicando la lección de Angelo Roncalli: valorizar lo que une y no lo que divide. Un cambio histórico. También el Osservatore Romano recuerda el encuentro entre Juan XXIII a través de la reconstrucción de Rada. “Mi marido y yo estábamos presentes en la entrega del premio Balzan y, al final de la ceremonia, fuimos acompañados a la biblioteca donde el Papa nos esperaba”. Asistidos por un traductor, “le entregamos un mensaje de mi padre que expresaba aprecio por sus esfuerzos en favor de la paz”. Y “en respuesta el Pontífice nos dio una carta donde deseaba con esperanza futuros pasos en favor de un acercamiento”. Con emoción, escribe el periódico vaticano, Rada recordaba como también Juan XXIII había puesto en evidencia “los orígenes campesinos comunes con mi padre” y también las dramáticas esperiencias comunes en las dos guerras mundiales. Después “quiso sentir por mi boca los nombres de mis tres hijos: Alexei, Nikita, “como el abuelo” dijo el Papa, e Ivan, “es decir Juan, como yo”.

?Juan XXIII regaló a Rada un rosario y a su marido las medallas del Concilio. Tres meses después Roncalli muere. Krusciov envía un telegrama de “profundas condolencias”. Y promete: “Conservaremos buena memoria”. El Vaticano II y la Ostopolik crean ocasiones de conocimiento personal, tiran muros de desconfianza y hostilidad. Hace dos años Rada exultó por la canonización de Roncalli, querida por Francisco. Describió el carisma de “un partidario del renovamiento en su institución, y en una visión más amplia, de la paz en el mundo”. Y reveló: “Sabíamos que en el Vaticano había dos facciones, una a favor y la otra en contra a nuestra petición de un encuentro con el Papa”. El calor de una mano extendida contra la lógica de los bloques contrapuestos. “Al final el Papa nos acompañó a la puerta. Lo que sucedió después es ya conocido”. Roma y Moscú. La calidez del comedor de casa en lugar de la escarcha de las cancillerías. ?

Este artículo ha sido publicado en la edición de hoy del diario La Stampa? 

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