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“Dios nos pide estar cerca de los refugiados”

Una exhortación a “perdonar siempre” y una llamada a la acogida. “Es el fuego del Espíritu Santo que nos lleva a acercarnos a los otros, a las personas que sufren, a los necesitados, de tantas miserias humanas, de tantos problemas: de los refugiados, de los desplazados, de aquellos que sufren. Es aquel fuego que viene desde el corazón”, afirma espontaneamente el Papa integrándolo al texto preparado para el Ángelus.

Sin el fuego del Espíritu Santo “la Iglesia se convierte en tibia”, por eso “no os dejéis detener por el miedo y el cálculo, superad muros y barreras”, recomienda el Pontífice dirigiendo su mirada tanto al interior como al exterior de la comunidad católica. La Iglesia “no necesita burócratas ni diligentes  funcionarios” sino “misionarios apasionados”, animados por el coraje, el ardor y la “cercanía”, y capaces de “conmoverse y de detenerse ante las dificultades y la pobreza material y espiritual de nuestro tiempo”.

Francisco añade que “la Iglesia, es decir, todos nosotros, necesita de la ayuda del Espíritu Santo para no detenerse ante el miedo, para no habituarse a caminar dentro de los confines seguros”. Miedo y cálculo, evidencia el Pontífice, son dos actitudes que llevan a la Iglesia a ser “una Iglesia funcional que no se arriesga nunca”. En lugar de eso “el coraje apostólico que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos empuja a ponernos en moviento para caminar incluso por vías inexploradas o incómodas, ofreciendo esperanza a todos aquellos que encontramos”.

El mensaje lanzado por Jorge Mario Bergoglio suena como la síntesis del Jubileo de la Misericordia y es un mensaje enviado a los laicos y los consagrados. “Con este fuego del Espíritu Santo estamos llamados a convertirnos siempre más en una comunidad de personas guiadas y transformadas, llenas de comprensión, personas con el corazón abierto y el rostro gozoso –precisa–. Hoy más que nunca se necesita de sacerdotes, de consagrados y de fieles laicos, con la mirada atenta del apóstol, para conmoverse y detenerse ante las dificultades y la pobreza material y espiritual, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo restaurador de la proximidad”. Es  el fuego del Espíritu Santo el que “nos lleva a acercarnos a quien sufre”.
?En especial Francisco recuerda “con admiración sobre todo a los numerosos sacerdotes, religiosos y fieles laicos que, en todo el mundo, se dedican a anunciar el Evangelio con gran amor y fidelidad, e incluso a costa de sus vidas”. Su ejemplar testimonio “nos recuerda que la Iglesia no tiene necesidad de burócratas y de diligentes funcionarios, sino de misioneros apasionados, devorados por el ardor de llevar a todos la consoladora palabra de Jesús y su gracia”. Y es precisamente “el coraje apostólico que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego” que ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos empuja a ponernos en moviento para caminar incluso por vías inexploradas o incómodas, ofreciendo esperanza a todos aquellos que encontramos”.

Si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar, se convierte en una Iglesia fría o solamente tibia, “incapaz de dar vida, porque está constituida por cristianos fríos y tibios”. Francisco comenta el Evangelio de este domingo, deteniéndose sobre todo en la imagen del fuego. “El fuego del que habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo –puntualiza–. Esta es una fuerza creadora que purifica y renueva, incendia toda humana miseria, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde adentro, nos regenera y nos hace capaces de amar”. Por lo tanto “si nos abrimos completamente a la acción de este fuego que es el Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su consolador mensaje de misericordia y de salvación, navegando en alto mar, sin miedo”. Hablando del Espíritu Santo como “fuego divino que calienta los corazones y nos ayuda a ser solidarios con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos”, el Papa, vuelve a hablar de su visita al campo de concentración de Auschwitz durante la JMJ de Cracovia, pide que “nos apoye en nuestro camino el ejemplo de San Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad, del que hoy se celebra la fiesta: Él nos enseña a vivir el fuego de amor por Dios y por el prójimo”. Y repite “las palabras que fueron el centro del encuentro con los jóvenes en Cracovia: ‘Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán la misericordia’, esfuércense en perdonar siempre y tengan un corazón compasivo”, dijo dirigiéndose a los grupos de jóvenes llegados a Roma en bicicleta o a pie en ocasión del Jubileo.  
 

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