La experiencia de Dios como teología narrativa
Juan Manuel HURTADO LÓPEZ |
Salimos a las seis y media de la mañana del 16 de junio hacia una cueva situada en la falda de una montaña. Somos once personas, adelante van el flautero, los tamborileros, el Principal y los demás. Llevamos velas, incienso, cohetes, semillas y frutas. Vamos por un sendero que sube la sierra, partes del camino sembradas de mucha piedra y lodo. Ya para llegar a la cueva hay un ascenso prolongado hasta llegar al sitio elegido.
Es una gran cueva, profunda, con espacio como de un gran templo. Hay que bajar con mucho cuidado -como a un pozo- al piso de la cueva. Por las muchísimas estalactitas muy largas que penden del techo de la cueva, y algunas como cortinas cayendo de lo alto de la cueva y las estalagmitas muy gruesas que surgen como árboles del piso de la cueva y a veces se juntan con las estalactitas, se presume que esta cueva puede tener una antigüedad de miles, si no es que de millones de años. Adentro es oscuro y hay “altares” con cruces y restos de cera de los ancianos tsotsiles que han ido a hacer oración ahí.
1.Entramos al inframundo
Hacia las ocho y media ya estamos dentro de la cueva, en torno al Altar Maya que hemos preparado. Entrar a las entrañas de la cueva es meterse a los orígenes de la vida. Pero también es el lugar del Inframundo, según los mayas, lugar donde los hermanos gemelos, Hun Ahpu e Ixbalanqué libraron tremenda batalla con los Señores del Xibalbá y en el juego de pelota los vencieron, después de sortear difíciles y crueles pruebas.
Los Señores de Xibalbá son los Señores de la muerte y del mal, Hun Ahpu e Ixbalanqué representan la vida divina.
Pero también el Inframundo es el lugar de los muertos, de los que se han ido, del pasado. Es contactar con la fuerza que hay en ellos, con su espíritu, con su lucha. Bajar al Inframundo es meterse en este torbellino donde luchan las fuerzas del mal contra las fuerzas del bien. Es imitar al sol que cada día se esconde y muere para dar vida al día siguiente con nueva fuerza.
Al compás de los tambores y de la flauta, del vaivén del incienso y de las llamas de las candelas, inició su oración el Principal. En la boca de la cueva subía al cielo y estallaba el primer cohete.
El Principal rezaba –más bien cantaba- con voz fuerte y con una larga, integral e incluyente oración que abarcaba los problemas, el perdón, la culpa, la esperanza, las lluvias, las siembras, la tierra, el sol, el aire, las flores, las semillas, la ofrenda representada en el Altar Maya por las flores de colores, las frutas, las semillas de colores y por las candelas de colores: rojo, negro, blanco y amarillo. Al centro, las candelas verde y azul. Y completaban el perímetro otras muchas candelas blancas.
Esta oración del Principal ¿Cuántas luchas entre el Bien y el Mal estará representando? Llámese narcotráfico o trata de personas, llámese corrupción y abuso de poder, llámese miseria e inequidad y falta de justicia, llámese acumulación de riqueza y daño a la Madre Tierra, llámese calentamiento global y extinción de especies vivas animales y vegetales, peces y aves, corales e insectos.
Sí, el nombre del mal puede variar, pero la lucha terrible, apocalíptica, del Inframundo entre los Señores de Xibalbá y Hun Ahpu e Ixbalanqué, es la misma. Somos espectadores y participantes en esa gran lucha y esperamos vencer.
2.Subimos a la montaña
Ya hacia las diez y media de la mañana vamos caminando al son de los tambores y el tierno sonido de la flauta hacia la cumbre de un cerro para hacer nuestra segunda oración. Allá es la montaña, lugar del encuentro con Dios. En la loma de este cerro se encuentra el cementerio civil.
De nuevo nuestro Altar Maya, nuestras candelas, nuestro incienso, flores, semillas, cohetes. Con el sonido de la flauta y el redoblar de los tambores inicia nuestra segunda oración. La montaña, lugar de la presencia de Dios, lugar de la escucha, lugar del silencio. La montaña, lugar muy familiar para Jesús, para su corazón, para su elección del grupo de sus apóstoles. La montaña, con honda raigambre bíblica: el Horeb con el profeta Elías, el Sinaí con Moisés para recibir las Tablas de la Ley, la montaña de las Bienaventuranzas de Jesús, sus nuevos mandamientos.
Hasta allá rezaba con insistencia el Principal. Como que quería que su oración se la llevara el viento más lejos, hasta la otra montaña, hasta las otras colinas y pueblos, hasta los otros oídos todavía cerrados a la voz de Dios…Sí, su voz se la llevaba el viento, el Espíritu, la Rúaj divina.
Y ojalá haya llegado hasta muy lejos su oración, hasta el centro del corazón de Dios.
3.Descendemos a un nacimiento de agua
Hacia la una de la tarde ya vamos bajando la pendiente por una vereda, siempre en fila, siempre con el sonido de los tambores y la flauta. Ya en el pueblo, vamos a un nacimiento de agua. Ahí es nuestra tercera oración que inicia el Principal, siempre incensando primero las candelas, luego se encienden. Estamos ante el nacimiento de agua y ante nuestro Altar Maya.
El agua como símbolo de la vida y de aquello que da vida. La acción de gracias que se desborda por el agua, pero también la preocupación por los lugares donde escasea el agua.
¡Y cuántos lugares, actitudes, costumbres, leyes, palabras, tradiciones estarán faltos de agua, de vida, de inspiración, de humanidad! ¡Cuántos desiertos, corazones duros, cerrados, ambiciones malsanas, apetito voraz de riqueza y poder habrá que regar con el agua de la generosidad, del servicio, del don de sí mismo, de la humildad, del respeto! ¡Cuánta tarea tienes por delante, hermana mía agua! ¡Bendita seas por tu frescura, candor y generosidad! ¡Ayúdanos a ser como tú!
4.Terminamos agradecidos
Y terminamos en el templo con la cuarta oración en un bello Altar Maya con muchas flores de los cuatro colores: rojo, negro (morado), blanco y amarillo y con las candelas de colores.
Aquí cierra el Principal toda nuestra oración, todo nuestro recorrido. Aquí da gracias porque Dios, el Hacedor, el Salvador, el Dios Padre y Madre de la vida, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, nos ha permitido hacer esta oración esta mañana.
Fueron ocho horas y media de experiencia ininterrumpida de oración, de presencia del Espíritu, de comunión con la Madre Tierra y con los antepasados, de comunión con Dios y entre nosotros.
Cerramos nuestro recorrido, son las dos cuarenta de la tarde.
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