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¿Qué debe hacer el obispo cuando un sacerdote calumnia a otro?

Aleteia En una parroquia o en una diócesis donde una o más personas han sufrido calumnias ¿hay consecuencias? ¿Cómo se hace para preservar un equilibrio entre los fieles tras un escándalo? Una pregunta, además bastante cotidiana, a la que intenta responder Marco Ermes Lupinari en “La calumnia en la Iglesia” (ed. Lateran University Press). 

La “desaparición” del calumniador

Las consecuencias de la calumnia en la diócesis son muy graves. La fase de investigación sobre la consistencia de las acusaciones, a menudo, parece infinita. Por fortuna, muchas veces, las calumnias se disuelven por sí solas, restituyendo la serenidad a la comunidad y, en especial al que las ha sufrido. La mayoría de las veces, el calumniador, con excusas y justificaciones, evita la atención y desaparece en la sombra. Pero, de esta forma, la verdad aunque emerja, no triunfa. Y esta, explica Lupinari, puede triunfar solo de una forma: cuando emerge todo los sumergido y la responsabilidad está clara en su totalidad.

El sacerdote readmitido

El autor pone el ejemplo de un sacerdote rehabilitado recientemente, sospechoso durante 27 años de haber asesinado a un parroquianos suyo. 27 años son una eternidad de dolor y sufrimiento. Su rehabilitación fue pública con un tratamiento adecuado en los medios de comunicación restituyendo al interesado y a todos los que le conocían, la paz y la serenidad.

El papel del obispo

Esta operación, por cosas de menor importancia que el homicidio, solo la puede llevar a cabo el obispo: perseguir la paz en estos casos significa devolver la paz y el equilibrio a la comunidad. Si, al contrario, el ministro de la diócesis restituye a la comunidad solo al sacerdote, sin esta rehabilitación “pública y mediática” que es necesaria, entonces se puede decir que lleva a cabo un acto de justicia a mitad.

Sacerdote contra sacerdote

La repercusión del problema parroquial, sostiene Lupinari, es todavía más grave si el que calumnia a un sacerdote es otro sacerdote. Un error que no debe cometer el obispo es el de tratar con ligereza las acusaciones. Los sacerdotes pueden encerrarse en sí mismos y la herida mas grande se realiza a la fraternidad sacerdotal. Habrá, así, una gradual pérdida de la confianza recíproca.

Una operación socio-pedagógica

El resultado es que los párrocos no se fiarán más los unos de los otros y si tienen problemas personales se blindarán. Orientar a la vida fraterna, destaca Lupinari, no es sólo una operación psicopedagógica del obispo. Sino que es fundamental para hacer crecer espiritualmente la total fraternidad sacerdotal.

La amistad debe prevalecer sobre el aislamiento

La mayor parte de los escándalos, en este sentido, provienen de una especie de aislamiento psicológico y moral del sacerdote, debido al temor de tener a las espaldas alguien dispuesto a “apuñalarle”. Los principios de lealtad y de tutela mutua son las bases de la amistad que debe haber entre los sacerdotes, sobre todo de la misma diócesis o del mismo orden.

La cuarentena espiritual

Por la parte del calumniador, verlo golpeado por su propia arma y relegado a “la cuarentena espiritual” por parte del obispo o el superior y acompañado pastoralmente por él, además de disuadir a otras personas de actuar de la misma forma, infunde en el clero una gran confianza en el propio obispo, en la justicia de la Iglesia y confianza en la verdad.

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