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La esperanza como un fin

Por Sergio Ibarra

Los problemas éticos se han convertido, ciertamente, en una prioridad, en una preocupación inmediata para cada persona y comunidad. Los hechos de cada día que más impresionan a la opinión pública son, a menudo, acontecimientos que marcan fronteras, que marcan un si o un no y que dividen a los grupos humanos, organizaciones, gobiernos y naciones. Es necesario entender el punto de vista científico y moral, antes de aventurarnos a hacer juicios que nos dividan y nos conduzcan a conflictos con los demás por aquello en lo que está uno de acuerdo o no.

¿Existen realidades que nos hagan creer que la esperanza tiene un lugar?

Creyentes y no creyentes discuten y debaten valores en diversas temáticas, como la bioética o el cambio climático. Como por ejemplo, la legalización del aborto. Desde la perspectiva de un católico hay un camino por recorrer ante estos cambios que hoy enfrentamos en las distintas sociedades, que nos llevan a estar embriagados por la televisión o el internet o el teléfono inteligente, donde nuestra inteligencia y coraje debiesen jugar un papel clave para entender las cosas mas simples, para considerar los actos de cada quien ante el futuro. Es ahí donde debiese manifestarse la Esperanza.

Comprender de nuevo el pasado de manera crítica es necesario para que aspiremos a encontrar razones que iluminen los esfuerzos del presente y darles un significado. Si el presente tiene un sentido en relación con un valor final reconocido y apreciado, es posible anticipar con actos de inteligencia el hacer elecciones responsables y reflexionar sin angustia por los errores del pasado.

La experiencia nos enseña que existe un arrepentimiento cuando nos damos cuenta de aquello que podemos hacer mejor. Si uno se mantiene ligado a sus errores y no los reconoce y no ve nada mejor, la pregunta es si debería dejar lo que tiene. Y de ahí los divorcios, las separaciones o hasta considerar el suicidio como una solución.

Es entonces cuando la esperanza se convierte en un fin. Nadie está exento de equivocarse. Persistir en nuestros errores es probable que sea la causa para perder el camino. Bien dicen los Evangelios: «Quien tenga oídos para oír, que oiga». Lo dice para que usemos nuestra inteligencia y darle rumbo a nuestras vidas.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 26 de enero de 2020 No.1281

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