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Dos pesos y dos medidas en medicina

Por P. Fernando Pascual

Imaginemos dos escenas. La primera ocurre en una ciudad de lo que algunos llaman “primer mundo”. La segunda, en un lugar remoto de la inmensa selva amazónica.

Una familia de esa ciudad tiene varios hijos. Uno tiene una enfermedad grave. Los padres deciden no llevarlo al hospital ni recurrir a ningún médico “occidental”.

Optan por ofrecer al hijo enfermo hierbas y otros tratamientos que, según ellos, son naturales y más adecuados a una visión ambientalista.

El hijo empeora. Algunos familiares y vecinos avisan a las autoridades. Llega un médico “científico”, ve el caso, y declara que hace falta una hospitalización urgente.

Los padres se resisten. Intervienen los jueces, y al final, para contrastar la resistencia de los padres, ordenan un tratamiento forzado para ese hijo. Pasan las semanas, y los médicos consiguen curarlo.

Una tribu bastante aislada vive en la selva amazónica. En una familia de esa tribu se enferma un hijo. Quizá se trata de la misma enfermedad del niño de la ciudad.

Los padres recurren a la medicina tradicional de la tribu, acuden al “brujo” o experto del poblado. Alimentan al hijo con hierbas unidas a ritos y oraciones a los espíritus del bosque.

El niño empeora. Por casualidad, un grupo de médicos “occidentalizados” pasan por allá. Ven el caso y proponen insistentemente a la familia llevar al niño a un hospital.

Los padres y la tribu se niegan. Pasan los días y el niño muere. Las autoridades de la zona no intervienen. Algunos medios informativos, que conocen el caso, critican a los médicos por haber querido imponer sus ideas “occidentales” a los miembros de una tribu.

Si comparamos los dos casos, notamos una fuerte diferencia en algunas valoraciones. En el primer caso (niño de ciudad), muchos ven como un deber acudir a los hospitales para salvar a un hijo. En el segundo caso, no todos ven como deber acudir al hospital, incluso hay quienes consideran que sería algo negativo.

¿Por qué esas diferencias de apreciación? Los motivos pueden ser varios, pero es fácil identificar uno: suponer que lo tradicional, lo que es propio de una cultura del pasado, debe ser respetado, aunque sea ineficaz y provoque la muerte de niños.

Ese motivo, sin embargo, deja de lado un criterio básico para juzgar cualquier decisión en lo que se refiere al recurso a la medicina (antigua o moderna): la conveniencia de buscar métodos eficaces que permitan curar al enfermo y aliviarle en su dolor.

Ese criterio, sin embargo, es ignorado, incluso rechazado, por personas que consideran que ofrecer tecnología médica “occidental” a tribus que no la desean sería imponer una cultura a otra.

En realidad, una técnica médica, sea de la cultura que sea, tiene valor en tanto en cuanto alivie y cure a los enfermos. Por eso es algo que va contra la justicia y el sentido común rechazar una terapia (occidental o tradicional o de otro tipo) que sea eficaz porque no gusta el ambiente en el que tal terapia haya surgido.

Si superamos ciertos prejuicios, no solo veremos cómo ayudar a una tribu a mejorar la atención a sus enfermos, sino que haremos todo lo posible para que cualquier progreso en medicina, surja de donde surja, sea asequible a todos los potenciales beneficiarios del mismo.

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