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¿Por qué no se puede abusar del nombre de Dios?

Hoy mucha gente ha olvidado los mandamientos de la ley de Dios. Además algunos los consideran anticuados y superados. Por eso retomamos la cuestión tratando en concreto el segundo mandamiento: “No tomarás el nombre de Dios en vano” (Éxodo 20,7).

El nombre del Señor es santo. Es sagrado. Los judíos ni siquiera lo pronunciaban. En lugar de Yahvé decían Adonai, mi Señor. Y lo hacían por respeto.

Por eso el mandamiento dice que no podemos abusar del nombre de Dios. Debemos custodiarlo en la memoria, en un silencio de adoración amorosa.

El segundo mandamiento habla del respeto y del sentimiento ante todo lo que es sagrado. Y lo sagrado debe ser tratado como tal.

A veces hay profanaciones de lo que es sagrado, de lo que es santo. El cristiano está llamado a dar testimonio del nombre del Señor, confesando su fe, defendiendo las enseñanzas de la Iglesia.

San Cipriano de Cartagena tiene una frase maravillosa: “Quien no tiene a la Iglesia por madre, no tiene a Dios por padre”. El catecismo enseña que el segundo mandamiento prohíbe el uso indebido del nombre de Dios, de Jesucristo y de las cosas sagradas.

Esto se llama blasfemia, un pecado grave contra el segundo mandamiento porque consiste en proferir contra Dios, a nivel interior o exterior, palabras de odio, ofensa, desafío. La prohibición de blasfemar se extiende a todo lo que es divino.

Y Jesús lo expone en el Sermón de la montaña:

Habéis oído también que se dijo a los antepasados: No perjurarás, sino que cumplirás al Señor tus juramentos. Pues yo digo que no juréis en modo alguno: ni por el Cielo, porque es el trono de Dios, ni por la Tierra, porque es el escabel de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran rey. Ni tampoco jures por tu cabeza, porque ni a uno solo de tus cabellos puedes hacerlo blanco o negro. Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del Maligno (Mt 5, 33 ss).

Dios llama a cada uno por su nombre. Por eso el nombre de cada persona es de algún modo sagrado. El nombre es el icono de la persona. Exige respeto en el signo de la dignidad de quien lo lleva. El nombre recibido es un nombre eterno.

En el Reino, el carácter misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios resplandecerá en la luz: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe” (Apocalipsis 2,17).

Por eso, el nombre de Dios no ha sido creado para ser dicho, manipulado, usado de modo indebido.

Por ejemplo, poner un nombre de santo a un lugar que después se usa como lugar de explotación de personas; esto hiere el segundo mandamiento.

O usar el nombre de Dios en una mentira, o jurar. Jesús nos ha pedido que no lo hagamos: “Sea en cambio vuestro lenguaje sí, sí; no, no; lo demás viene del maligno” (Mt 5, 33).

Permanezcamos firmes en vivir nuestra fe bendiciendo y santificando el santo nombre de Dios, como pide el segundo mandamiento.

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