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“No lo hice a propósito”: Enséñemos a nuestros hijos el sentido de responsabilidad

Causar daños sin querer no es en absoluto lo mismo que causarlo intencionalmente. Los daños en cuestión son la desafortunada consecuencia de una acción dictada por la voluntad de hacerlo bien. Es el plato que se rompe al poner la mesa, la escoba que desafortunadamente engancha un grabado cuyo marco se rompe, o la carrocería del coche rayada por un lavador aprendiz sin experiencia.

Si nos enfadamos con el autor de estos pequeños desastres domésticos, él siente nuestros reproches como profundamente injustos: “¡No lo hice a propósito! ¡Quería ayudarte!”

¿Una buena excusa?

Efectivamente, debemos mantener en secreto nuestro pesar por lo que se ha dañado o destruido, tranquilizar al niño y felicitarlo por el servicio que ha prestado, en lugar de centrarnos en su torpeza. Ayudándole a arreglar todo lo posible, decirle: “No lo hiciste a propósito, pero lo hiciste de todas formas”.

No obstante, “no lo hice a propósito” no siempre es una buena excusa. Un daño causado involuntariamente puede ser el resultado de una negligencia o desobediencia que es totalmente deliberada. Si nuestro lavador de coches se niega a seguir las instrucciones de su padre y hace lo que le da la gana, se le puede culpar legítimamente por dañar la carrocería. Ocurre lo mismo en el caso de que los platos se rompan debido a las gestos bruscos de un niño furioso por tener que poner la mesa. Imposible entonces buscar una justificación, ¡aunque no se hayan querido las consecuencias! “No lo hiciste a propósito, pero tendrías que haber hecho el propósito de no hacerlo”.

Las consecuencias de la dejadez y de la indisciplina

Este sentido de la responsabilidad se aprende muy pronto: obligar al niño a asumir las consecuencias de sus actos significa tomarlo en serio y hacerle un favor. Especialmente porque la simple negligencia puede causar un gran daño.

La dejadez y la indisciplina a veces tienen consecuencias dramáticas. Uno de los ejemplos comunes y más trágicos es el de los accidentes de tráfico: ¡los conductores no quieren matar y, sin embargo, matan! Al principio, solo es la luz roja de un semáforo no respetada, una copa de más, o una ciudad cruzada a gran velocidad porque vamos retrasados y, al final, son vidas rotas. En los escándalos franceses de la sangre contaminada o de las hormonas de crecimiento infectadas, nadie quería la muerte de pacientes con transfusiones o de los adolescentes que querían crecer; sin embargo, hay centenares de víctimas, cuya muerte o discapacidad no se debe a la casualidad. Esto puede expresarse de muchas maneras: ¿cuánta gente pobre muere por el descuido de los ricos, cuántos pequeños son aplastados involuntariamente por los poderosos?

En el día del Juicio Final, ¿podemos decir: “No lo hice a propósito”, frente a los que sufrieron hambre, soledad, enfermedad, rechazo, sin que nosotros los ayudáramos? “¡Señor, te amamos! No lo hicimos a propósito el dejar que esos hombres murieran de desesperación. No los vimos, no tuvimos tiempo, no pensamos en ello.”

Leamos de nuevo la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13). Las jovencitas necias no dejaron que sus lámparas se apagaran intencionalmente, sin embargo, cuando llegó el marido, no estaban preparadas y fueron excluidas de la celebración. La falta de vigilancia fue fatal para ellas. O la parábola de la casa edificada sobre roca (Mateo 7:24-27): el que construyó su casa sobre arena obviamente no quería que se derrumbara. Sin embargo, eso es lo que ocurrió, porque no se había molestado en basarlo en la roca.

Confiemos nuestra fragilidad a su Misericordia

Jesús nos pide que “hagamos a propósito” la voluntad del Padre (Mateo 7:21-22). Él quería que fuéramos libres y responsables para que pudiéramos arremangarnos y poner en práctica su Palabra. Cuidado con los “servidores inútiles” que no tienen el valor de hacer fructificar sus talentos (Mateo 25:30), así como con los cobardes que no saben cómo escapar de las posibilidades de una caída (Marcos 9:43-48). Aunque no buscan intencionalmente el pecado, el Señor les trata muy estrictamente.

En cambio, si seguimos los pasos de Jesús, obedeciendo como él a lo que pide su Padre, si confiamos nuestra fragilidad a su misericordia, realizaremos “sin hacerlo a propósito” maravillas que nos superan.

Christine Ponsard

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