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Chile ante el desafío de lograr la paz tras potente estallido social

El viernes por la noche Santiago se incendiaba en varios puntos, estaciones de metro, edificio corporativo de la empresa nacional de electricidad que son de capitales de ENEL, barricadas en las calles y saqueos en algunos supermercados. Esta situación explotó porque la tarifa del metro subió $30 pesos (US$0,04) en el horario de alta circulación, lo que implica en el mes un incremento de $39.000 pesos, unos US$55 dólares, en el uso de este medio de transporte, ejemplo y orgullo de los chilenos.

Este domingo la violencia continuaba y desde el Gobierno se volvió a establecer el toque de queda.

Sin embargo, la explosión social no se debe sólo a este aumento, el sistema económico chileno, absolutamente abierto a los mercados internacionales, el incremento del precio del petróleo que afecta a todos nuestros productos porque Chile produce una pequeña cantidad de combustibles. Si a lo económico se le suma la situación de las pensiones de vejez (muy bajas) la educación pública y su baja calidad y el sentir de abuso permanente por las grandes empresas; a todo lo anterior se suma la crisis de credibilidad de todas las instituciones.

En resumen, Chile vivía en una olla de presión social y que explotó el viernes a partir de las 2 de la tarde con la suspensión del servicio de las líneas del metro a raíz de evasiones y destrucción de puertas y torniquetes. Desde esa hora en adelante todo comenzó a exaltarse: el nivel de violencia y descontrol.  

Una vez caída la noche del viernes se registraron los hechos de mayor gravedad, fue a las 10 de la noche cuando la escalera externa del edificio de ENEL se incendió por completo alcanzado a las oficias, y mientras bomberos trabajaban en el control del incendio un grupo de manifestantes los atacaban.

En ese momento las actividades como la caminata de jóvenes al Santuario de Santa Teresita se suspendía al igual que el encuentro entre creyentes y no creyentes como era el Atrio de Santiago.

El Gobierno declaró estado de emergencia, debido a los grandes desmanes, lo que significó que los militares salieran a la calle a controlar los desórdenes, lo cual se logró cerca de las dos y media de la madrugada. Para gran cantidad de personas ver que la seguridad estuviera en manos de las fuerzas armadas fue revivir los tiempos de la dictadura. Muchos pensaban que solo sería un día de furia.  

Fue el administrador apostólico de Santiago, Monseñor Celestino Aós, quien envió un mensaje que donde recalcaba que la paz de Chile es tarea y responsabilidad de todos “una paz que se fundamenta en la verdad, el respeto y la justicia. Es la hora de elegir, es la hora en que cada uno tiene que decidirse por la paz o la violencia”. 

Durante sábado y domingo continuaron las manifestaciones, pero ahora a plena luz del día, imágenes de carros de metro incendiados, manifestaciones en las calles, inclusive con los militares en la calle y frente a ellos.

Además, durante el sábado ciudades de distintas partes de Chile también se fueron registrando hechos violentos en ciudades como Valparaíso, Punta Arenas, Coquimbo, entre otras. En ese sentido, la Catedral de Valparíso también fue violentada.

Por su parte el Episcopado chileno a través de un comunicado de prensa condenó “decididamente la violencia que se ha dado en la capital del país con agresiones a personas, destrucción de bienes, saqueo de locales comerciales y la privación a cientos de miles de compatriotas de un servicio de transporte que es la base del funcionamiento de la ciudad”. Pero al mismo tiempo, manifestaron que “para que esta condena sea efectiva tenemos que hacernos cargo de entender las raíces de esa violencia y trabajar con urgencia para prevenirla, detenerla y generar formas pacíficas de hacerse cargo de los conflictos”.

La declaración de los obispos chilenos agregó que es “hora de pasar de la preocupación a la acción y a la validación y creación de escenarios que nos permitan entender los cambios que ha experimentado la sociedad chilena, de manera que las instituciones puedan estar al servicio del bien común, desde las complejas y nuevas realidades que caracterizan a la sociedad de hoy”. 

No se sabe cuándo ni cómo terminara esta grave situación de violencia que afecta a Chile; los militares siguen en las calles y algunos sectores de políticos del sector de la izquierda no han condenado claramente estos hechos; Cristián Warken, escritor, dijo lo siguiente: “Distingamos el legítimo malestar social manifestado en forma pacífica (con cacerolazos en distintos puntos de la ciudad) que algo potente nos está diciendo de una fractura social ignorada por décadas. Es un momento amargo que requiere de mucha grandeza ¿estaremos a la altura de este desafío inmenso?”.

Y esa es la gran pregunta que tenemos que hacerle a los políticos, empresarios y actores de la sociedad civil, podrán salir de sus ideología y cálculos para construir un nuevo contrato social; al igual que el país lo hizo para recuperar la democracia.

Nota de redacción: Unámonos en oración por Chile, tras un estallido social que hasta la noche de este domingo ya había dejado también varios muertos 

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