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Beata Victoria Rasoamanarivo: “Primero santifiquemos a nosotros mismos, luego a los demás”

El papa Francisco visitará la tumba de la beata Victoria Rasoamanarivo y también disfrutará de una vigilia con los jóvenes en Antananarivo, Madagascar, este sábado 7 de septiembre de 2019. 

Madagascar, es un país, donde los católicos representan el 36 por ciento, y entre los veinte más pobres del mundo. La Isla es rica de bellezas naturales, pero también de espiritualidad. Victoria Rasoamanarivo, viuda (1848-1894) es la primera mujer malgache que alcanzó el honor de los altares, fue proclamada beata por Juan Pablo II el 29 de abril de 1989 en Antananarivo y la definió un modelo para el pueblo por su fe inquebrantable: “maestra para los cristianos de hoy”.

Santidad

Victoria, de hecho, vivió intensamente el don de la fe, desde su iniciación cristiana como catecúmena. Le dio la bienvenida al Espíritu de Cristo. A lo largo de su vida, supo preservar la vívida memoria de la Palabra de Jesús (cf. Jn 14, 26). Con la fuerza del “Redentor” encontró el coraje para una lealtad inagotable”, dijo a los fieles presentes en la solemne ceremonia de beatificación hace 30 años. 

Servicio

Ella que, después de enviudar de un matrimonio con un hombre violento, y habiendo sido expulsados de la isla los misioneros, ayudó con toda solicitud a los cristianos y defendió a la Iglesia públicamente ante las autoridades. Cuando los misioneros regresaron en 1886 encontraron una comunidad vigorosa y floreciente debido al mérito y a la actividad de Victoria. Falleció el 21 de agosto de 1894. 

Oración 

“Dentro de sí misma, Victoria permaneció incesantemente en la presencia de Dios, y todos quedaron impresionados por la intensidad de su oración. Al estar familiarizada con la presencia de Dios, sabía cómo arrastrar a otros a la intimidad con el Señor”. 

Juan Pablo II también la recordó por ser una mujer que admiraba a la Virgen María, peregrina de la fe. “En primer lugar, santifiquemos a nosotros mismos, luego nos ocuparemos de santificar a los demás”, es una de sus frases más famosas.

El testimonio de su acción muestra claramente que no fue una piedad auto referencial. Por el contrario, Victoria no podía concebir que un cristiano pudiera llevar las Buenas Nuevas a sus hermanos sin abrir todo su ser al poder de la gracia. Por esta razón, incluso entre las actividades y preocupaciones, siempre encontraba mucho tiempo para orar”. 

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