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Stefan Zweig, adiós a Europa y a sí mismo

Una biografía es siempre un empeño arriesgado. Encapsular a un genio en una pequeña historia impone muchas elecciones intermedias que pueden convertir el dispositivo narrativo en un castillo de naipes, especialmente si hablamos de cine. Retratar a un gran artista es reducirlo a una sensación táctica en el espectador, a un acento del que partir si uno todavía no ha catado sus obras, o que resulte fácilmente identificable si uno ya las ha frecuentado.

A veces se consigue, como en el caso de El último tour (2015), en el que se lleva a la pantalla la entrevista de cinco días de duración que le hizo David Lipski, periodista de Rolling Stone, al escritor David Foster Wallace con motivo del final de su gira de promoción de su monumental novela La broma infinita.

En otras ocasiones, sin embargo, no se llega a captar la quintaesencia del retratado, pese a conseguir un producto estética o intelectualmente muy notable, como en el caso de la no muy lejana Hannah Arendt (2012), en la que la prestigiosa directora Margarethe von Trotta, homenajea a la filósofa alemana haciendo zoom sobre el contexto de redacción de uno de sus libros, Eichmann en Jerusalén.

Stefan Zweig, adiós a Europa (2016), dirigida por la actriz alemana Maria Schrader, es brillante tanto en los estándares estéticos como en las más que solventes interpretaciones del reparto. Sin embargo, opta por una versión del escritor austríaco que subraya exclusivamente su tono depresivo como producto de la decadencia de Europa y de esa frase que aparece en los primeros compases del filme: “un hombre sin patria es un hombre sin futuro”.

El arco narrativo abarca sus últimos seis años de vida, entre 1936 y 1942, en los que el escritor austríaco vagabundea por el mundo junto a su segunda mujer en busca de un lugar donde comenzar de nuevo, tras su exilio forzado debido a su condición de judío. El drama se plantea a través de varios cortes temporales mínimos a lo largo de esos años, en los que, muy teatralmente, se nos introduce en una progresiva sensación de desarraigo, de añoranza de otros tiempos y de profunda melancolía que crece sin prisa pero sin pausa hasta culminar en fatalidad.

Tras la proyección, pese a la exuberancia brasileña que nos muestra la fotografía, queda un regusto amargo y un sordo malestar que te mueve a preguntarte por las razones de ese creciente decaimiento del ánimo del escritor. Y el que suscribe no es capaz de encontrar la explicación en la película, sino más bien en la lectura de su estilosa y enjundiosa obra El mundo de ayer. Memorias de un Europeo, publicada en 1944 a título póstumo (minuciosamente reeditado en castellano por Acantilado).

Si uno se sumerge en esas páginas entiende el origen de la oscuridad de ánimo que transluce en este largometraje. No es tanto el desmoronamiento de una supuestamente idílica Europa debido a la Segunda Guerra Mundial, sino más bien la desviación de la historia con respecto a lo que debían ser las cosas según la cosmovisión de la alta burguesía europea de aquel momento. Eso es precisamente lo que sumió a Zweig en una profunda melancolía que lo llevo al suicidio, junto a su esposa Lotte, en Petrópolis (Brasil), envenenado y con corbata. Europa en su mente no era más que una cristalización ideal de la excelencia, y Hitler la hizo saltar en mil pedazos.

Este biopic es pues una buena opción para iniciarse en Zweig. Aunque, tras el chapuzón en el celuloide, si se quiere completar el cuadro, no nos quedará más que dar el salto al generoso caudal de su literatura, donde la lengua adquiere una precisión y una belleza clásica difícilmente hallable en otros autores.

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