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¿Una historia de venganza? No, una historia de castigo, de culpa y también de perdón

Está claro que Arnold Schwarzenegger ya no es lo que era. Quizás porque no quiere, pero también porque siendo sinceros, tampoco le quedan demasiadas opciones. Su último trabajo, sin embargo, da a entender que Schwarzenegger es un tipo más listo de lo que muchos pudieron atisbar bajo tan ingente masa de músculo.

El parón que supuso su entrada en la primera fila de la política americana como gobernador del Estado de California bien pudo haberse interpretado como una retirada a tiempo. Hacía ya unos años que Schwarzenegger había dejado de ser la estrella elemental que fue durante la década de los 80 y buena parte de los 90. El fin de los días (1999), El 6º día (2000) y Daño colateral (2002) fueron una lánguida evidencia de la decadencia de un actor que, a ese ritmo, bien podría haber llevado camino de convertirse, como Bruce Willis, en una caricatura de lo que fue.

Sin embargo, como decíamos líneas arriba, Arnold Schwarzenegger es un hombre bastante más listo de lo que parece. Cuando colgó su traje de gobernator y recuperó la pila de ofertas que había estado acumulando durante ocho años, solo tuvo que levantar el teléfono. Estaba claro que trabajo no le iba a faltar.

Sin embargo las cosas habían cambiado. La leyenda de Schwazenegger se había trasformado en el mito de Schwarzenegger, y el actor de origen austriaco pronto advirtió que su presencia en este nuevo Hollywood era algo así como un jarrón puesto en un mal sitio. No terminaba de encajar.

De hecho, las películas de Arnold Schwarzenegger solo han funcionado cuando se ha comportado como lo que es, una reliquia de tiempos mejores, menos abyectos y más físicos, más viscerales y también más inocentes (Los mercenarios). Es más, su mera presencia en una saga como Terminator que se pretendió reinventar en su última aventura, Terminator. Genesis (2015), solo evidenciaba que Schwarzenegger ya no era de allí, que en aquella película fallaban muchas cosas pero que, es cierto, una de ellas era él.

No obstante, Arnold Schwarzenegger también parece haberse percatado que a sus 69 es más que probable que no pueda pasarse el resto de su carrera matando gente con sus propias manos, de modo que tal vez estaría bien empezar a labrarse una carrera como actor de prestigio, ahora que su nombre todavía puede sacar proyectos adelante.

Una historia de venganza es, a buen seguro, una de esas películas. Que nadie se engañe, no estamos ante un largometraje de acción. El film dirigido por Elliott Lester es un angustioso drama sobre la perdida de seres queridos y sobre el sentimiento de culpa. Schwarzenegger interpreta a un hombre que un día pierde a toda su familia en un accidente de avión. Paralelamente, Jake Bonaos (Scoot McNairy) es el controlador aéreo que provocó el choque de dos aviones en pleno vuelo por un estúpido despiste.

Contra todo pronóstico el film, basado en una historia real, está rodado con una templanza envidiable. El guion del español Javier Gullón es sólido como una roca, y la aproximación a las dos caras de una misma tragedia es ciertamente desconsoladora. Por una lado está Roman (Schwarzenegger) un hombre que cada día al levantarse siente un hondo dolor en lo más profundo de su alma que le impide seguir adelante. Por otro está Jake, un hombre que sencillamente no puede cargar con la responsabilidad de haber matado a más de 150 personas sin apenas haberse dado cuenta.

Una historia de venganza creo, honestamente, que es un título falso. La película de Lester es más bien una historia de castigo, de culpa y en última instancia de perdón. El dolor que sus personajes sienten se puede palpar casi en cada fotograma gracias a las interpretaciones de McNairy y, todo hay que admitirlo, de Schwarzenegger, un actor reconocidamente católico que sin embargo decidió involucrarse en una historia en la que Dios no aparece por ningún sitio. Nadie en su profunda angustia existencial recurre a él en ningún momento y sin embargo, al final, en ese plano cenital, como si alguien observara desde las alturas, yo creo que Dios estaba allí.

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