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Crisis de pareja: Las 5 claves del choque de voluntades

Algunos cónyuges coinciden en decir: —Verdaderamente no sabemos cómo resolver nuestra difícil crisis. Lo dicen como si hubieran contraído una grave enfermedad incapacitante, y más que nada se refieren a su incapacidad para ponerse de acuerdo en el modo de enfrentar los problemas.

Lo cierto es que las crisis son ineludibles en la vida matrimonial, y solo son positivas cuando dos voluntades que se han unido para cooperar en el logro de objetivos necesarios para la felicidad de ambos, no se enfrentan con posturas cerradas a la hora de las diferencias.

Se concede, se negocia, se pide ayuda. Se evita un choque de dos voluntades que queriendo cosas distintas no tienen que resultar estas absolutamente incompatibles. Por ello las diferencias deben ser recibidas sin sobresaltos, como algo esperado y con mentalidad siempre inclinada a buscar y encontrar soluciones.

Cuando es así, entonces las crisis generan vida porque aun con dolor o esfuerzo contienen potencial de esperanza y crecimiento, pues pueden abrir la puerta a una vida mejor, más plena, más libre, más enamorada, mas serenamente poseída.

Ciertamente las causas de las crisis pueden ser reales como:

Sin embargo, estas causas y su consecuente crisis pueden en vez de vida, generar muerte, cuando anticipan una visión depresiva y precipitada del posible fracaso por: negatividad, orgullo, falta de cooperación, ignorancia y la imposición de una subcultura.

La negatividad: —Es que ya no sabemos si seguir adelante, todo es tan difícil entre nosotros. Tiempo después se han separado.

No es que hayan acertado, sino que sus previsiones las terminan fabricando ellos mismos, pues antes que buscar el “como si” se contagian su pesimismo,   convirtiendo en realidad sus enfermizos augurios. Existe una predisposición a darse por vencido y “la peor lucha es que la no que no se hace”.

El orgullo: —Es que no comprende ni valora lo mucho que he hecho por él.

El orgullo por el que él o ella piensa que es quien pone la mejor parte, no aceptando errores, carencias o defectos. Con la idea de “quién como yo” se digieren mal los éxitos y peor los fracasos: ¿quién puso más?, ¿Quién puso más amor, ternura y comprensión…? Ni que decir, que el que lleva la cuenta del amor en sus propios términos se encuentra siempre acreedor. De este modo, ocurra lo que ocurra, ya haga la otra parte lo que haga, quien lleva las cuentas siempre estará convencido de que está haciendo un mal negocio, y así, el mismo se convierte en una fuente inacabable de crisis que pueden acabar con el matrimonio y la familia.

Competir: —Mi esposa y yo discutimos por todo y terminamos midiendo fuerzas.

Las crisis se resuelven o truncan el matrimonio ante dos actitudes:  se coopera y se logra armonizar o se compite en un precario equilibrio de fuerzas en el que uno de los dos termina perdiendo (en realidad pierden ambos).

La ignorancia: —Aunque no me consta, mi marido ha de ser infiel, así son todos los hombres.

El desconocimiento de lo positivo en la naturaleza del ser personas como varón o como mujer, son muchas veces residuos de una mala educación que hacen un gran daño en las necesarias e intensas relaciones entre hombre y mujer, marido y esposa, padre y madre.

La subcultura: —Comadre, sé que no vio el último capítulo de nuestra telenovela favorita, pero le cuento que por fin Alfredo se liberó, dejo a la amargosa de su mujer y le dio el sí a su fiel secretaria. Ya era justo.

La subcultura que presenta a la imaginación popular una idea esperpéntica del hombre y de la mujer, de los maridos y las esposas, de los padres y de los hijos extraídos de la novela, el cine o la televisión llena de tópicos y generalizaciones. Cuando la vida, el talante o el rol del otro no coincide con la idea desajustada que tenemos del como debiera ser, la crisis está servida.

Negatividad, orgullo, falta de cooperación, ignorancia y subcultura hacen pedir al otro lo que no puede dar, generando falta de respeto, de reconocimiento y de realismo en la relación.

Aceptar y superar las crisis aprendiendo, es la diferencia entre matrimonios que maduran y los que se instalan en el infantilismo crónico en el que solo añaden tiempo, vejez, años, arrugas, mal humor, egoísmo y algo de obsesión hipocondriaca en su relación. O maduran juntos con los años, o simplemente envejecen.

No aprende el esposo que cree resolverlo todo si da mucho a su mujer y a sus hijos ante una crisis de comunicación; la madre que se fabrica una aureola de abnegación y sacrificio para que la veneren y la obedezcan ante una crisis de autoridad; la esposa que espera que únicamente su cariño saque a flote sus errores no admitidos y resueltos en una crisis de afectividad con el esposo y los hijos… entre tantas actitudes equivocadas.

Es por eso que en la tarea de resolver conflictos y madurar, el amor no suple a la verdad, la necesita.

Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.

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