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“Tenemos miedo de volver a Mosul aunque sea derrotado el EI”

Dejan de trabajar por unos minutos, tienen las manos llenas de aserrín, de pegamento y barniz. Todos ellos provienen de Mosul, la antigua Nínive, ciudad asiria que aparece citada en la Biblia, y que cayó hace dos años en las manos del llamado Estado Islámico. En sus ojos todavía hay miedo; en sus labios, resignación. «Aunque nuestra tierra fuera liberada finalmente, nosotros tenemos miedo, no queremos volver…». Vemos los rostros de Zuhair Azouz, de 68 años, y de su hijo Ihab, de 26, refugiados iraquíes en Jordania, y comprendemos que el Califato de al-Baghdadi solo ha sido el último capítulo, y el más trágico, de una historia que comenzó hace muchos años.

Nos encontramos en el Centro Nuestra Señora de la Paz, en las afueras de Amán, una estructura del Vicariato latino en donde surgen un instituto para niños con graves discapacidades motrices o mentales y un laboratorio en donde se construyen brazos y piernas artificiales para los que las han perdido bajo los bombardeos. Detrás de la estructura, en algunos «containers» blancos, hombres y mujeres trabajan construyendo sillas y mesas, preparando jabón biológico y cojines decorados con restos de telas. Estos hombres y mujeres, refugiados iraquíes de fe cristiana que escaparon de Mosul cuando llegó el EI en verano de 2014, vivieron antes en esas mismas estructuras en las que ahora trabajan. Gracias a la ayuda de la Caritas Jordania, pudieron rentar otras habitaciones y las estructuras de emergencia que los recibieron fueron convertidas en lugares de trabajo. Zuhair Azouz era mecánico y arreglaba coches. Ihab estaba estudiando el tercer año de la carrera de Biología. Hoy se gana la vida construyendo muebles bajo pedido, con el sueño de alcanzar a sus parientes que viven en Australia. «No nos queríamos ir —explicaron a Vatican Insider—, pero fuimos obligados, expulsados, tuvimos que abandonar nuestras casas, nuestras actividades, nuestra tierra. No queremos regresar a Mosul. Aunque el EI sea derrotado, aunque ya no exista. Tenemos miedo…». Si preguntas por qué, escuchas esta respuesta: «Después del EI vendrá otro… Nosotros ya no tenemos confianza, no creemos poder volver. Aunque se vaya el EI —insisten padre e hijo— habrá venganzas; para nosotros la vida en Mosul ya no existe. En cada periodo, después de la guerra, han hecho cosas contra los cristianos. Antes del EI había otros grupos de milicianos». Los refugiados no dejan de criticar al actual gobierno de Irak que, dicen, usa dos pesos y dos medidas: «Llega el recaudador y, si el musulmán no puede pagar, todo se arregla. El cristiano, en cambio, no tiene de otra».

 Sandy Hikumat Hana, de 36 años, escapó de Mosul el 6 de agosto de 2014, después del atentado que provocó miles de muertos y después del secuestro de miles de chicas yazidíes. «En la época de Saddam Hussein —dice— había paz y buenas relaciones con los cristianos. En ese entonces también la situación económica estaba mal, había pobreza. Pero la vida social, por lo menos, y la posibilidad de expresar nuestra fe se garantizaban. En cuanto a la violencia, hay treinta chicas cristianas que fueron secuestradas en Kirkuk, pero antes de que llegara el EI».

Estos refugiados no pretenden volver a Irak, pero tampoco quedarse en Jordania: «Preferimos irnos lejos de los países árabes. Pensamos en nuestros hijos; para nosotros Europa es el futuro. Mandé una petición para ser acogido como refugiado en Francia, pero no salió bien». Nassam Rafuca, de 32 años y también de Mosul, recuerda: «Decidimos permanecer con Jesús, no renegar nuestra fe cristiana y dejar nuestra ciudad. Por esto no podemos perdonar al EI».

Una delegación del Movimiento Cristiano de Trabajadores (guiada por el presidente Carlo Costal) se encuentra en el Centro Nuestra Señora de la Paz. La asociación financiará un depurador de agua y una estructura fotovoltaica. Los acogió una religiosa siria, sor Rudeina, que hasta hace dos meses trabajaba en un hospital en una zona de guerra. La monja salesiana, en compañía de otras dos, colabora para sacar adelante el hospital para niños. En los últimos dos años, cuando estaba en Siria, tuvo entre sus pacientes a algunos milicianos del EI. Le preguntamos cómo se comportaba con ellos. «Tratábamos de curarlos —responde sonriendo—, con más amor todavía».
 

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