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“Tenemos ‘cardiosclerosis’; se necesita la revolución de la ternura”

En un mundo dominado por la «cultura del descarte» se necesita una especie de «rebelión». La «gran enfermedad de hoy es la “cardiosclerosis”», por eso se necesita «una revolución de la ternura». Lo afirmó Papa Francisco hablando, sin leer el discurso que había preparado, a los dirigentes de la Caritas Internationalis. Porque la ternura «es cercanía, es el gran gesto del Padre hacia nosotros: Dios se hizo cercano, se hizo como nosotros, es esta la condescendencia del Padre».

Después del saludo del presidente de la Caritas, el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, el Pontífice reveló: «yo le hice una propuesta: yo tengo el discurso escrito, y él también me dijo que ustedes lo van a tener… una posibilidad es que to lea todo, todos educados y me voy; la segunda posibilidad es que se pongan cómodos, escuchemos alguna de sus reflexiones y hagamos un pequeño diálogo durante el tiempo que tenemos; escogimos la segunda». La idea de Francisco fue recibida con un aplauso: «empieza el más valiente», exhortó Bergoglio.

En el diálogo con los miembros del consejo de representación de Caritas Internationalis, que fueron recibidos en la Sala Clementina, el Pontífice recordó la observación de una de los representantes para el Medio Oriente y África del Norte, una señora que indicó que la «consigna de la ternura» que Papa Francisco dio a la Caritas en su primer encuentro tras su llegada a la cátedra de Pedro, cambió la perspectiva de su servicio.

El Papa, respondiendo a la mujer, dijo que «hoy se necesita una revolución de la ternura, en un mundo en el que domina la cultura del descarte, y si yo descarto no sé qué es la ternura». La ternura «es revolucionaria, la ternura es cercanía, es el gran gesto del Padre hacia nosotros: la cercanía de su Hijo, que se hizo cercano y se hizo uno de nosotros: ¡esta —exclamó— es la ternura del Padre!».
 
Hoy «en la misa —prosiguió refiriéndose a la homilía que pronunció algunas horas antes en la capilla de la Casa Santa Mata— leí el pasaje del Evangelio de un Dios que llora, llora porque se acuerda del amor que tiene por su pueblo y que el pueblo no reconoce, no quiere corresponder. Y este momento de la ternura —explicó— no es una idea, es la esencia, nuestro Dios es Padre y también Madre, en el sentido de que Él mismo dice “si una madre se olvidara de sus hijos, yo no me olvidaría de ti”. El amor más grande es el de la madre».

El Papa insistió: «Ternura es cercanía, y cercanía es tocar, abrazar, consolar, no tener miedo de la carne porque Dios tomó la carne humana, y la carne de Cristo son hoy los descartados, los desplazados, las víctimas de las guerras», por ello, «las propuestas de espiritualidad son demasiado teóricas, son formas de gnosticismo». Hoy, «en esta “cultura del descarte”, en esta ideología del dios dinero, creo que la gran enfermedad es la “cardiosclerosis”».

El obispo de Roma invitó a pensar «en Siria: allí entran muchos, los potentes, internacionales y gente de Siria, pero cada uno persigue su interés, nadie busca la libertad de un pueblo, no hay amor, no hay ternura; hay crueldad, donde no hay ternura siempre hay crueldad y lo que sucede hoy en Siria es crueldad, un laboratorio de crueldad». El Papa también habló sobre la guerra en Siria durante la audiencia que concedió esta mañana al Patriarca de la Iglesia asiria de Oriente, Gewargis III.

En el discurso que el Papa había escrito para la ocasión se lee: «En la apertura del Sínodo sobre la Nueva Evangelización, Papa Benedicto XVI recordó que los dos pilares de la evangelización son “Confesio et Caritas”; y yo mismo he dedicado un capítulo de la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium a la dimensión social de la evangelización, reafirmando la opción preferencial de la Iglesia por los pobres». Es por ello que «estamos llamados a actuar contra la exclusión social de los más débiles y actuar por su integración. Nuestras sociedades, de hecho, a menudo son dominadas por la cultura del “descarte”; necesitan superar la indiferencia y el repliegue hacia sí mismas para aprender el arte de la solidaridad. Puesto que “nosotros que somos fuertes —dice San Pablo— tenemos el deber de llevar las enfermedades de los débiles, sin complacernos a nosotros mismos”». 

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