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El Papa: «Digamos “no” al poder y a la deslealtad»

Para estar verdaderamente al Servicio de Dios, hay que tener cuidado y no «hacer doble juego», y evitar buscar el poder y la fama. Lo recordó Papa Francisco durante la Misa que celebró hoy por la mañana, 8 de noviembre de 2016, en la capilla de la Casa Santa Marta, según indicó la Radio Vaticana. El Pontífice insistió en que no se pude servir al Señor y al mundo al mismo tiempo.

El obispo de Roma reflexionó sobre la afirmación que cada verdadero cristiano debe repetirse a sí mismo siempre: «Somos siervos inútiles». Y habló sobre los obstáculos que impiden servir a Dios con libertad. Son muchos, observó con tristeza: « uno es el deseo de poder: cuántas veces hemos visto, quizás en nuestra casa: “¡aquí mando yo”! Y cuántas veces, sin decirlo, hemos hecho sentir a los demás que: “mando yo”, ¿no? También hacer ver esto, ¿no? El deseo de poder… Y Jesús nos ha enseñado que el que manda debe convertirse en el que sirve. O, si uno quiere ser el primero, que sea el servidor de todos. Jesús da la vuelta a los valores de la mundanidad, del mundo. Y este deseo de poder no es el camino para convertirse en un siervo del Señor, al contrario: es un obstáculo, uno de estos obstáculos que hemos pedido al Señor que aleje de nosotros».

El otro obstáculo, prosiguió Francisco, se produce «también en la vida de la Iglesia», es «la deslealtad». Esta, advirtió,  se produce «cuando alguien quiere servir al Señor pero también sirve a otras cosas que no son el Señor».

 «El Señor —insistió el Papa argentino— nos ha dicho que ningún siervo puede tener dos patrones. O sirve a Dios o sirve al dinero. Jesús nos lo ha dicho. Y esto es un obstáculo: la deslealtad. Que no es lo mismo que ser pecadores. Todos somos pecadores, y nos arrepentimos por esto. Pero ser desleales es hacer el doble juego, ¿no? Jugar a la derecha y a la izquierda, jugar a Dios y también jugar al mundo, ¿no? Y esto es un obstáculo. Aquel que tiene deseos de poder y aquel que es desleal, difícilmente puede servir, convertirse en siervo libre del Señor».

Estos obstáculos, los deseos de poder, la deslealtad, dijo el Papa, «quitan la paz y te conducen a aquella comezón del corazón por no estar en paz, sino siempre ansioso”. Y esto «nos conduce a vivir en esa tensión de la vanidad mundana, vivir para aparecer».

Cuánta gente, recordó Francisco con amargura, «vive sólo para estar en la vidriera, para aparecer, para que digan: “Ah, qué bueno que es…”, para la fama. Fama mundana». Y así, advirtió, «no se puede servir al Señor». Por este motivo el Papa invitó pedir «al Señor que nos quiete los obstáculos para que en la serenidad, tanto del cuerpo como del espíritu», podamos «dedicarnos libremente a su servicio».

«El servicio de Dios —subrayó Papa Francisco— es libre: nosotros somos hijos, no esclavos. Y servir a Dios en paz, con serenidad, cuando Él mismo ha quitado de nosotros los obstáculos que quitan la paz y la serenidad, es servirlo con libertad. Y cuando nosotros servimos al Señor con libertad, sentimos aquella paz más profunda aún, ¿no? De la voz del Señor: “Ah, ven, ven, ven, siervo bueno y fiel”. Y todos queremos servir al Señor con bondad y fidelidad, pero tenemos necesidad de su gracia: solos, no podemos. Y para esto, pedir siempre esta gracia, que sea Él el que quite estos obstáculos, que sea Él quien nos dé esta serenidad, esta paz del corazón para servirlo libremente, no como esclavos: como hijos».

El Sucesor de Pedro recordó que cuando nuestro servicio es libre, debemos repetir que «somos siervos inútiles» conscientes de que solos no podemos hacer nada. «Sólo debemos pedir y hacer espacio – dijo – para que Él haga en nosotros y Él nos transforme en siervos libres, en hijos, no en esclavos».

«Que el Señor – fue la invocación del Papa – nos ayude a abrir el corazón y a dejar que trabaje el Espíritu Santo, para que quite de nosotros estos obstáculos, sobre todo el deseo de poder que hace tanto mal, y la deslealtad, la doble cara» de «querer servir a Dios y al mundo». «Y así  – concluyó – nos dé esta serenidad, esta paz para poder servirlo como hijo libre que al final, con tanto amor, le dice: “Padre, gracias, pero Tú sabes: soy un siervo inútil”».
 

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