Alepo; el vicario siro-ortodoxo: bebo el cáliz amargo de la cruz
Ver la muerte cara a cara es una experiencia que puede ofrecer un impulso de fe incluso en quienes no creen en Dios. Mucho más para Raban Boutros Kassis, vicario patriarcal siro-ortodoxo de Alepo, que en ahora dice viver una experiencia de profunda cercanía a Cristo. Se salvó de milagro de un atentado. Hace dos días acabó bajo el fuego de un francotirador mientras regresaba de Homs a Alepo. Dos disparos le alcanzaron el hombro. El chofer que viajaba con él logró llevarlo hasta el hospital católico de san Luis en Alepo, una de las pocas estructuras sanitarias que todavía funcionan, pero que no se da abasto pues debe atender a multitudes de heridos, mutilados, enfermos. Después de una operación de urgencia pudo salvarse la vida y ahora los médicos dicen que está fuera de peligro. En una conversación telefónica con Vatican Insider, Raban Boutros Kassis cuenta cómo lo ha cambiado esta experiencia.
¿Cómo se siente después de haber podido perder la vida?
Se agitan en mi corazón sentimientos contradictorios. Antes que nada agradezco a Dios que me protegió y me conservó todavía con vida. Fue un milagro. Y agradezco a Dios porque en esta condición y en esta experiencia, puedo compartir la cruz de muchas personas que sufren en la Siria del presente, sobre todo en Alepo. Cada día la gente es herida, hay mutilados, enfermos, cada día mueren personas. Hoy puedo decir que estoy feliz de saborear el cáliz amargo de la cruz, en comunión con Cristo y con tantos inocentes que sufren. Pero en el corazón tengo la certeza de que la muerte no es la última palabra: la última palabra es la Resurrección.
¿Puede contar qué fue lo que sucedió?
Estaba en el coche con mi chofer, estábamos volviendo a Alepo, por la carretera del sur de la ciudad. De repente vimos a unas personas que nos dispararon. Dos proyectiles disparados por estos francotiradores me golpearon el hombro. Dios quiso que no tocaran órganos vitales. Mi chofer me llevó con rapidez al hospital católico de san Luis, en donde los médicos, a quienes agradezco con todo el corazón, me sometieron de inmediato a una cirugía. Esa carretera se encuentra en una zona bajo el control de las tropas gubernamentales sirias, pero es cerrada por la tarde porque, durante la noche, grupos de terroristas de Daesh y de Jubat al-Nusra la llenas de minas desde hace mucho tiempo. Y se convierte en un lugar de muerte.
La ciudad está dividida en dos, y el conflicto continúa. Los civiles son los que sufren más. En el oeste de Alepo hay dos millones de personas. Las agresiones y los ataques no paran, sobre todo en nuestros barrios, ningún día. Nuestro obispado, en el oeste de Alepo, está muy cerca del frente con el este de Alepo. Durante los bombardeos con morteros nos han golpeado también a nosotros en diferentes ocasiones, y vivimos bajo el fuego de francotiradores. Los que siembran terror también intentan secuestrarnos. Por ello, muchos ciudadanos (y entre ellos los cristianos) han dejado Alepo, sobre todo los que tienen niños, porque no quieren verlos heridos, mutilados o muertos.
¿Qué desea decirle a la comunidad internacional?
No puedo más que renovar el llamado para salvar a esta pobre ciudad mártir. Y pedir ayuda humanitaria. Alepo vive bajo asedio desde hace más de 3 años, la gente que queda sufre por la falta de agua, comida, gas y electricidad. El gobierno sirio hace lo que puede para tratar de garantizar la mínima asistencia sanitaria y educativa. Nosotros nos quedamos en la ciudad como pastores que quieren estar cerca de su rebaño, para nutrir y dar consuelo a los que sufren. Lo que pedimos es que todos los «foreign fighters» y los terroristas que hoy alimentan la guerra vuelvan a sus países de origen. Y que las interferencias externas en esta guerra acaben.
¿Cómo es la situación de la comunidad cristiana?
Los cristianos comparten la suerte de todos los demás ciudadanos. Los bautizados que no han dejado Alepo son alrededor de 35 mil. Y lo decidieron soportando con valor enormes sufrimientos y disgustos. Demuestran un apego y un amor incondicionales por este lugar, por esta ciudad santa y mártir, y tienen esa fuerza que solo la gracia de Dios puede dar. Por otra parte, no podemos culpar a los que huyeron para salvar a sus familias. Esta semana, en Alepo, hemos registrado, solo entre los cristianos, 20 muertos y 40 heridos. Antes de la guerra, los cristianos de todas las diferentes confesiones eran 250 mil en Alepo. Con lo cual, alrededor del 80 por ciento de los fieles ha huido: es una verdadera hemorragia.
Viviendo en este sufrimiento, ¿tiene algún pensamiento particular?
Quisiera recordar hoy, y encomendar nuevamente a Dios, a los dos obispos secuestrados hace tres años y medio: monseñor Paul Yagizi, Metropolita de Alepo para los greco-ortodoxos de Antioquía, y Gregorios Ibrahim, obispo de Alepo para los siro-ortodoxos. Con ellos, recordamos también a los dos sacerdotes Michel Kayyal, de la Iglesia católica armenia de Alepo, y Maher Mahfouz, sacerdote greco ortodoxo. Seguimos sin saber nada de ellos y sin tener noticia sobre su destino. Esperamos que estén todavía vivos y rezamos para que puedan ser liberados dentro de poco».
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