A Good American: cazando terroristas desde los metadatos
Imagínense que metemos en la coctelera Conspiración (1997), de Richard Donner, con aquel Mel Gibson paranoico que no paraba de comprar El guardián entre el centeno y de buscar en él mensajes cifrados; Una mente maravillosa (2001), de Ron Howard, con un Russell Crowe haciendo de John Nash en busca de la dinámica rectora; y Citizenfour (2014), el documental sobre Snowden recientemente oscarizado. Si agitásemos con energía el mejunje nos saldría algo parecido a A good American (2015), del austríaco Friedrich Moser.
La cinta cocina lentamente la historia de Bill Binney, un matemático y analista de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) de Estados Unidos. Alterna los primeros planos del protagonista y demás testimonios con imágenes de archivo las distintas épocas que atraviesa el relato.
Seguimos un itinerario apasionante por la vida de este hombre que en los años 60 consiguió descifrar los mensajes encriptados de la URSS gracias al entonces innovador análisis de los metadatos, que no se fijaba en el contenido de las comunicaciones sino que lo deducía de las características observables de estas: cuántas veces se ponían en contacto, quiénes se ponían en contacto y en qué orden. Con este método, que es el que hoy da valor bursátil a Facebook, Google o Apple, consiguió predecir la invasión de Checoslovaquia y de Afganistán con semanas de antelación.
Bill Binney fue uno de los “talking heads” de Citizenfour. Es literalmente un genio, alguien que nos confiesa que siempre ha creído que todo en el universo entraña una estructura misteriosa que hay que descubrir. El espectador crece en admiración a la vez que en congoja, cuando entiende que si Estados Unidos hubiese tenido más en cuenta a este visionario la historia de Occidente podría haber variado notablemente.
Con el primer ataque al World Trade Center en 1993, con un camión bomba aparcado cerca de los cimientos del edificio, la NSA aumentó sus esfuerzos por acercarse a las potenciales amenazas del país. Bill Binney se dio cuenta de que internet era el instrumento de comunicación de los terroristas porque preservaba su anonimato. Por eso creó Thin Thread, un programa de espionaje basado en el análisis de metadatos, focalizado en el networking de los sospechosos y preocupado por preservar la intimidad de los ciudadanos corrientes, con un algoritmo capaz de identificar objetivos, células y terroristas.
Hasta ahí todo bien. Sin embargo, el nuevo director de la NSA, Michael Hayden, decide promover Trail Blazer, un programa multimillonario, invasivo con los datos de los ciudadanos del mundo y subcontratado a empresas privadas, que una vez desarrollado e implementado relega a Thin Thread al baúl de los recuerdos poco antes del ataque a las torres gemelas el 11 de Septiembre de 2001.
Tras ver las imágenes de sus compatriotas lanzándose al vacío desde los rascacielos Bill Binney renuncia a su puesto, pero un compañero suyo de la NSA decide hacer una prueba: ¿Qué hubiese pasado si, en lugar de estar funcionando Trail Blazer para proteger los Estados Unidos de un eventual ataque antes de los atentados, lo hubiese estado haciendo el más modesto Thin Thread?
Los resultados del experimento son escalofriantes. Alimentan a Thin Thread con los mismos datos con los que había contado Trail Blazer las semanas antes del 9/11 y el algoritmo de Bill Binney empieza a mostrar en pantalla tanto a los terroristas como a los objetivos que tenían. La debacle se hubiese podido prever y evitar.
A partir de ese momento, la NSA, que no se ha prestado a opinar en este documental, presuntamente se dedica a enterrar esta historia, con métodos más o menos legales y abusando de la fuerza del estado hasta niveles inenarrables. Bill Binney deja bien claro que él nunca se suicidaría, pide que si un día aparece muerto se investigue qué ha sucedido. Es consciente de que su historia, que curiosamente ha tenido que contar un austríaco muchos años después, es una amenaza para la NSA.
Bill Binney, ya fuera de la administración, programó de nuevo Thin Thread para mostrar públicamente su potencial, ninguneado por el coronel Michael Hayden. El resultado de ese intento fue que el FBI entró por la fuerza en casa de todos los empleados de la empresa en la que trabajaba y destruyó todo el material electrónico que encontró, haciendo desaparecer de nuevo las pruebas de la incompetencia del Estado.
Actualmente, el algoritmo de Binney sigue en su cerebro, pero necesita a quien financie su reprogramación y le dé acceso a las grandes autopistas de la información para hacerlo funcionar de nuevo. Su única esperanza es un estado como Alemania, concienciado de los peligros antidemocráticos del espionaje a través de las telecomunicaciones.
Esperemos que este interesante documental contribuya a que Europa respalde y financie un nuevo Thin Thread, una especie de bálsamo de fierabrás, un detector de malos que preserva la intimidad de los buenos. Esperemos que así sea y que Bill Binney con su genialidad algorítmica sea capaz de detectar a tiempo a muchos lobos solitarios.
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