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¿Tienes un problema, necesitas hablar y no tienes quién te escuche?

Italo Calvino, en uno de sus relatos, escribió una frase que describe muy bien el momento presente: “Ya nadie escucha a nadie. Sólo la noche se escucha a sí misma” (Un rey a la escucha). No hace falta mucho para comprender que la gente, hoy, tiene una desesperada e insatisfecha necesidad de hablar. Dado que los oídos disponibles escasean, las categorías más solicitadas son los psicólogos y los sacerdotes.

No es raro, sin embargo, quedar desilusionado de ellos: la psicologia a veces complica la vida, en lugar de simplificarla; los sacerdotes están a menudo tan ocupados que no logran dar espacio suficiente a charlar con los fieles.

El hombre es un ser comunicativo: necesita compartir su mundo, expresar sentimientos y estados de ánimo, experiencias y visiones de la vida. Si no lo consigue, busca otras vías para desahogar sus energías: la industria pornográfica hace mucho negocio gracias a una especie de incomunicabilidad global, de un replegamiento triste sobre nosotros mismos.

En realidad, para el creyente, hay una solución casi siempre poco utilizada, quizás a causa de una incompetencia atribuible a los mismos directores espirituales: hablar con Jesús, pararse con El y contarle lo que uno vive. Solo en este diálogo constante los nudos se alojan, los problemas se aclaran, la pesadez se cambia en ligereza. Jesús está allí, esperando a que decidas hablar con él.

La curación nace siempre de un relato: ¿qué es la Biblia sino la gran narración del amor que el Padre tiene por su hijo, del Creador por su criatura? El diablo es mudo, dijo alguien, y tiene razón: él quiere que el dialogo entre Dios y el hombre se interrumpa, que sea sustituido por el silencio tumbal de la muerte. Hablemos con Jesús, y la vida florecerá de nuevo, como un milagro.

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