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Cracovia se transforma esperando a Francisco

Solo hay dos tipos de ruidos en Cracovia. El de los helicópteros de la seguridad, que vuelan sin descaso, y las voces de los chicos: cantos de todo el mundo, a cada hora, por todas partes. En las calles, en los parques, en los centros comerciales. Coros y banderas, la JMJ es, en conjunto, un concierto y un arco iris.

Cracovia ya no existe, o mejor dicho ya no es solo Cracovia: han llegado los primeros 500 mil peregrinos y la han transformado. Muchas calles están cerradas, los autobuses han sido desviados, las oficinas están vacías: los 700 mil habitantes están de vacaciones o trabajan desde sus casas. Casi no se ven, pero se les reconoce en el tranvía: van sentados en un rincón, observando con curiosidad a sus huéspedes. Un grupo de salesianos de Guatemala canta entre una parada y otra. En el centro histórico se oye que cantan: «Italiano, batti le mani» (italiano, aplaude). Es lo que pide un grupo de «azzurri» a sus 63 mil compatriotas (después de Polonia, Italia es la segunda nación más representada en la JMJ). Parecen Juegos Olímpicos, parece la euforia de la Copa de Europa de futbol o de la final de la Champions League, cuando los «hinchas» invaden las calles. Pero esta multitud hace todos los esfuerzos del mundo para hacer amistad, busca una lengua común; esta multitud habla varios tipos de inglés pero tiene una misma sonrisa. Simple.

Más de la mitad de los chicos duermen en las casas de los polacos, los demás acampan en oratorios y gimnasios. Tienen algunas actividades y mucho tiempo libre, para pasear, conocer a los demás grupos. No hay una zona para la JMJ: toda la ciudad ha sido invadida por los jóvenes. En los próximos días, la población se triplicará, pues durante el fin de semana, según los cálculos, habrá 1,5 millones de fieles.

Las mesas de los bares están llenas. Piotr, director de uno de los locales de la plaza principal describe las dificultades organizativas: «Para venir a trabajar nos tardamos una hora en lugar de 15 minutos. Estamos contentos, pero no es sencillo servir a tanta gente: tuvimos que cambiar todo». La JMJ es una gran ocasión, y no hay que desperdiciarla. Pero algunos han preferido escapar: «En mi barrio es evidente —explica—, el 70% de los habitantes están de vacaciones. Los que podían se fueron, solo se quedaron los policías, agentes sanitarios, restauranteros y agentes turísticos». Y luego están los 25 mil voluntarios: «¿Muchos? No, el trabajo no se acaba nunca», dice una voluntaria española que se encuentra en la estación central, uno de los puntos en los que se distribuyen los «kits» oficiales. Dieron mochilas durante toda la noche, pero sigue habiendo una cola de una hora. Cientos de personas están formadas para inscribirse, porque decidieron partir al último momento.

Hoy por la tarde, en el Parque Blonia, la Misa inauguró oficialmente la semana de encuentros. Mientras todos esperan la llegada del Papa, que llegará mañana. Mientras tanto, la primera de las predicaciones le tocó a Olivia, de 23 años, mitad portuguesa y mitad francesa. Llevaba amarrada a su mochila la bandera europea: tal vez es la única, pues todos los demás llevan las del propio país. «Traje esta bandera porque me siento hija de Europa», afirmó. ¿Aunque no sea un buen momento para la Unión? «Estamos aquí justamente para eso: para combatir las dificultades con la fe».
 

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