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¿Qué hacer cuando Dios parece estar en silencio?

Muchas personas quedan desconcertadas al ver el mal que abunda en el mundo, sin que Dios parezca tomar parte de la angustia de los que son víctimas de la violencia y la injusticia. A veces parece que Dios está mudo frente a nuestro sufrimiento, pero no es así.

Alguien ya dijo que “Dios no habla, pero todo habla de Dios”. Es decir, Dios habla por la Revelación y por la vida, pero este lenguaje tiene que ser descifrado. Sus silencios aparentes son sabios y nos obligan a ejercitar el oído del alma, y crear nuevas antenas y oídos interiores, para oír su voz. No es que Dios no hable, sino que somos nosotros quienes no captamos su palabra.

Dios no es indiferente frente a los acontecimientos de este mundo. Siempre ha pesado sobre la mente de los hombres la aparente indiferencia de Dios frente al desarrollo de los acontecimientos de este mundo.

El pueblo se siente, a veces, desanimado y propenso a “hacer lo que todo el mundo hace”, visto que ser recto y digno parece costar muy caro y no trae provecho. Hasta el salmista tiene la tentación de actuar como los malos (…), pero luego entiende su triste suerte:

“Por poco mis pies se me extravían, nada faltó para que mis pasos resbalaran, celoso como estaba de los arrogantes, al ver la paz de los impíos. No, no hay congojas para ellos, sano y rollizo está su cuerpo; no comparten la pena de los hombres, con los humanos no son atribulados.

Me puse, pues, a pensar para entenderlo, ¡ardua tarea ante mis ojos! Hasta el día en que entré en los divinos santuarios, donde su destino comprendí: oh, sí, tú en precipicios los colocas, a la ruina los empujas. ¡Ah, qué pronto quedan hechos un horror, cómo desaparecen sumidos en pavores! (…)

Sí, los que se alejan de ti perecerán, (…).Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios!” (Sal 73, 2-5. 16-19. 27-28).

La Biblia nos muestra que precisamente en los momentos de mayor lucha, conflicto, desesperación y perplejidad, Dios prepara sus acciones más bellas.

La Pascua cristiana y la gloria de la Resurrección de Jesús fueron precedidas por la cruel y dolorosa Pasión del Señor, que dejó a los apóstoles atónitos y perdidos. Pero, en la mañana del domingo, quedó claro que el “fracaso” del Maestro se transformó en la increíble victoria sobre la muerte.

Entonces, todo se hizo nuevamente (…). Él resucitó como el Kýrios, el Señor de la vida y la muerte; la vida venció a la muerte, las tinieblas fueron disipadas por la luz.

Es en el silencio de Dios que el cristiano aprende a crecer en la fe y en la confianza en el Señor. No seamos niños en la fe.

En ese silencio sagrado estamos obligados a afinar los oídos interiores y a crear nuevas antenas para intentar comprender la voluntad de Dios.

Es necesario, entonces, no dejarse hundir en la hora de la tormenta, sino esperar con fe en la Providencia divina que no falla. En medio del fuego de las tribulaciones, es necesario continuar caminando, aunque gimiendo y llorando, “como si viera al invisible” (Heb 11,27).

Este “avanzar en la fe” puede compararse a un complicado juego de “rompecabezas”; al principio no tenemos ni la menor idea de la imagen que compone, parece que el “rompecabezas” no tiene solución, el acertijo es desafiante, pero poco a poco, con paciencia, vamos juntando las piezas (…) comienza a surgir algo. Al combinar las piezas comienza a surgir la imagen, y luego se va volviendo más fácil, hasta el final.

La voluntad de Dios para nosotros es así; los hechos de la vida, aislados, parecen no tener sentido, pero cuando los vamos juntando en la fe y analizándolos en la esperanza, vemos su mensaje. A veces es necesario ver pieza por pieza, sin saber cuál es la próxima que vendrá. Pero

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