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¿La discriminación salarial por sexo es racional o responde a prejuicios?

En los años noventa Nenah Cherry y Youssou N’Dour popularizaron un tema musical contra el racismo, 7 seconds. Un excelente tema musical con un mensaje más que sugerente: Siete segundos es el tiempo que tarda un recién nacido en experimentar y tomar conciencia de que nuestro mundo es problemático y violento. Siete segundos es el tiempo que nuestro cerebro precisa para ir evaluando la experiencia con el entorno para procesar su realidad.

A su vez, en neuromarketing existe el consenso de que frente a una novedad o ante la experiencia de conocer a una persona nueva, nuestro cerebro se toma siete segundos para emitir un juicio y etiquetarla.

Siete segundos y once consideraciones permiten la generación de un juicio previo incluso a la conciencia a modo de escudo, de protección, de alerta. Siete segundos para erigir una muralla protectora para resguardar la atalaya desde la que otear el horizonte de la realidad.

Ya sea por el pragmatismo de lo superficial -profundizar siempre es costoso,  ya sea por una cuestión de supervivencia -tal vez nuestros ancestros sólo disponían de ese tiempo para salir corriendo en caso de amenaza real para su vida(la teoría evolutiva justificaría que los de juicio lento morían sin descendencia con mayor probabilidad)-, el resultado es que esos siete segundos, si bien son un mecanismo de defensa, también nos van a condicionar en el conocimiento de lo que nos envuelve y en la relación con esa persona nueva que acabamos de conocer.

Las investigaciones apuntan a que la conciencia sobre una decisión llega muy tarde frente a la formulación cerebral del juicio. Cuando uno cree que está realizando una decisión consciente, evaluada, analizada y racional en realidad está revistiendo el juicio que de forma subyacente el cerebro ya ha emitido.

La revista Nature se hacía eco hace unos años en el artículo Brain makes decisions before you even know it de las conclusiones que neurocientíficos del instituto Max Plank de Leipzig habían extraído de una serie de experimentos en los que probaban que la toma de decisiones se formulaba en el cerebro siete segundos antes de que floreciera en nuestra conciencia.

En consecuencia, el proceso de elección excedería a la esfera de la conciencia sobre la propia elección y, por lo tanto, a la propia racionalidad tal como la entendemos, como proceso consciente. Contrario a lo que racionalmente esperaríamos, estos experimentos avalarían que el juicio precede a la razón y no al revés.

Aun así, uno esperaría que este elemento irracional del juicio fuera perdiendo peso a lo largo de la historia del pensamiento. Es más, si planteásemos la hipótesis de fondo de que subyace la minimización de costes en el proceso de información para la toma de decisiones, la revolución informática, que ha dispuesto la tecnología al servicio de reducir estos costes, debería ser motivo más que suficiente para que esos siete segundos dieran lugar a evaluaciones más objetivas y no tan prejuiciosas.

Esto tiene unas implicaciones importantes en el campo de la economía. Bajo el paradigma de los mercados perfectos en los que el agregado de las decisiones racionales, aunque subjetivas acordes a la utilidad de cada cual, daría lugar a asignaciones objetivas y eficientes, uno esperaría que las decisiones prejuiciosas no tuvieran un gran recorrido y, en consecuencia, el resultado del mercado no careciera de racionalidad.

Ningún agente racional estaría dispuesto a sacrificar alegremente recursos simplemente por un prejuicio sin fundamento sin antes realizar una evaluación de que las posibles ganancias deberían compensar como mínimo lo sacrificado.

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