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​Reconoce las fuentes de tu alegría… ¡y bebe!

Queremos aprovechar para limpiar el alma por dentro, para limpiar sus fuentes. A veces nos vamos contaminando sin darnos cuenta. Lentamente nos llenamos de hábitos malos, de costumbres que nos quitan la vida. Dejamos de beber de las fuentes verdaderas que dan paz al corazón.
 
El otro día leía: “Todos hacemos cosas mal, nos equivocamos y cometemos errores.Esto no significa que seamos malas personas. Significa que hacemos cosas mal, nos equivocamos y cometemos errores. Si te pones la etiqueta de ‘malo’ es difícil que puedas cambiar. Quizá es que vengas de un mal sitio donde has aprendido modos poco beneficiosos de adaptarte. Quizá has acudido a fuentes que estaban contaminadas y no lo sabías, eran las que había[1].
 
La llamada a la santidad no significa hacerlo todo bien. Jesús no nos llama porque seamos perfectos, o simplemente buenos. No. Ha mirado nuestro corazón y ha visto su riqueza, y su dolor, su pobreza y su debilidad, y el deseo de dar la vida por un amor más grande.
 
Y por eso nos ha llamado, porque teníamos un corazón puro dispuesto a crecer, a cambiar, a mejorar.
 
Muchas veces cometemos errores, eso ya lo sabemos. Pero no por ello somos malos. No por ello dejamos de luchar. Sabemos que podemos cambiar, mejorar y avanzar. Podemos beber de fuentes nuevas, de un agua pura que nos purifique.
 
No nos encerramos en las fuentes de siempre. No nos limitamos a lo que ya conocemos. Nos abrimos a la vida. Pero también cuidamos las fuentes que nos dan alegría y vida verdadera.
 
¿Cuáles son las fuentes en las que descanso, en las que calmo la sed y mi deseo de paz? ¿Frecuento esas fuentes o las descuido? ¿Me detengo en otras fuentes contaminadas que no sacian la sed?
 
Es importante revisar mis fuentes, las que me dan agua que me calma. Las fuentes pueden ser lugares, personas, hábitos. Hay personas que sacan lo mejor de mí. Lugares donde puedo ser yo mismo. Hábitos que me llenan de luz.
 
Hay libros que me ensanchan el alma. Paisajes que hacen que el corazón sueñe con lo más grande. Conversaciones que me llenan de paz. Hay caminos que me conducen hacia fuentes que dan vida. Hacia pastos donde saciar el hambre.
 
Hay cuadros que nos conducen a un mundo maravilloso, como por arte de magia. Hay melodías que nos abren el alma al infinito. Palabras que nos encienden por dentro. Silencios que nos llenan de vida verdadera. Hay paisajes maravillosos que dibujan en el alma un reflejo de lo que debe ser el cielo.
 
Hay fuentes que manan aguas que nos sacian por dentro. Pero a veces, lo reconozco, no frecuento esas fuentes que me dan vida y pierdo el tiempo en lugares y con personas que me secan el corazón y me llenan de oscuridad.
 
Es necesario que nos preguntemos cómo están las fuentes de las que he estado bebiendo durante el curso. Las fuentes que me hacen descansar y me renuevan interiormente.
 
El otro día leía: “Conviene comenzar a abrir los regalos que la vida nos hace para, acto seguido, simplemente disfrutarlos. Todo, cualquier cosa, está ahí para nuestro crecimiento y regocijo. Tanto más deseemos y acumulemos, tanto más nos alejamos de la fuente de la dicha[2].
 
El deseo de lo que no tengo, me inquieta, me aleja de mi fuente verdadera. Tengo fuentes de mi alegría que no puedo dejar de visitar, porque cuando las dejo me siento triste y solo. Se apaga la vida. Si las dejo, me vacío por dentro y las cosas no funcionan. Mis sentimientos negativos aumentan. Y los positivos disminuyen.
 
Una persona rezaba: “Corro llevando una cesta con mil sueños. Espero que todo quepa entre mis manos abiertas, heridas, rotas, como la barca que llevo, o me lleva, en la que vivo. Abrazo la luz del viento, esa que me da nostalgia. Recubro hoy de esperanza los cielos algo gastados. Abrazo, espero. No quiero dejar de verte cuando el sol pierda su brillo. Déjame soñar con cosas que valgan siempre la pena. El amor, más que la fama. La paz, antes que la guerra. La libertad, que no se somete. La caricia, que reemplaza mil palabras. El descanso, después del largo trabajo. El sueño, cuando conviene guardarlo. Las palabras, que dicen tanto. Los misterios, que no hay que desvelarlos. Las miradas que encierran pozos de vida. Un cáliz roto, para que no guarde todo. Unas manos que se ciernen, sobre la vida que vivo. Una carrera, una pausa, un dejar que el viento sople y golpee mis ventanas. Sí, así despacio. Sin que la vida me canse. Y vuelva hoy cada noche a soñar con el mañana

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