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¡Qué importantes son los "cómo" en nuestra vida!

La misión es amplia. Trae paz y liberación a todos. El otro día leía: "El reino de Dios se abre camino allí donde los enfermos son rescatados del sufrimiento, los endemoniados se ven liberados de su tormento y los pobres recuperan su dignidad. Dios es el ‘anti- mal’: busca ‘destruir’ todo lo que hace daño al ser humano"[2].

Los apóstoles hacen realidad esa misión inmensa. Se van a los pueblos de alrededor. Llegan antes que Jesús. Pero en su lugar. No se predican a sí mismos, no se señalan a sí mismos. Regalan lo que han recibido de Jesús: la conversión del corazón y la sanación de sus heridas.

Eso es lo que entregan. La forma de Jesús de pasar haciendo el bien. Curando enfermedades y contando que Dios nos ama, que merece la pena abrirse a Él y dejar que nos abrace. Jesús cambió sus vidas, cambió su forma de mirar la vida. Nada es igual desde que lo conocieron y los llamó al borde del lago.

Jesús los consoló, curó sus heridas de amor y de soledad. Tenían paz. Vivían confiando, abiertos, como niños. ¿Cómo no contarlo?

Sólo si Dios me ha cambiado el corazón, sólo si me he convertido en lo más profundo, puedo darlo y ser creíble. Sólo si me he dejado curar puedo hablar de un Dios que se abaja para calmar y consolar, para abrazar y acariciar. Eso es lo que hicieron los discípulos esos días. Hablar desde su experiencia. Contar que la vida con Jesús merecía la pena.

Jesús nos anima a dar lo que tenemos, sin prepotencia, con sencillez, predicándole a Él. Viviendo como Él. Saliendo de nosotros mismos.

Nuestra misión no es tanto hablar de Jesús, sino ser Jesús, vivir y mirar como Él. Amar como Él. Consolar como Él. Curar como Él. No siempre podremos decir palabras, a veces nos tocará sólo estar al lado. Sostener. Acoger. Como lo hace Jesús con nosotros, tantas veces en silencio.

Jesús envía a sus discípulos con pocas cosas, como hijos pobres: "Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto".

Los envía desprovistos de seguridades humanas. Para que no piensen que los frutos son gracias a su entrega y su esfuerzo, gracias a sus capacidades.

¡Qué importantes son los "cómo" en nuestra vida! Es lo que marca la diferencia. Cómo nos casamos. Cómo elegimos nuestra vocación. Cómo trabajamos. Cómo nos vamos de un trabajo. Cómo despedimos a alguien. Cómo llevamos la cruz. Cómo vivimos una alegría. Cómo lo pasamos bien.

Cómo decimos las cosas. Cómo tratamos a las personas a las que queremos y a aquellas a las que queremos menos. El estilo de nuestra vida, nuestra forma de actuar, de amar, de vivir. Cómo vivimos la vida, con Jesús o sin Jesús. Vivimos como Él o desde nuestro egoísmo. Ahí está la diferencia. En el corazón. En ese sentimiento que mueve a la acción. Lo que nadie ve.

Una misma decisión puede ser buena si está hecha con buena intención y oración, por amor a los más cercanos, o mala si he sido egoísta al tomarla.

Jesús les dice a los discípulos cómo tienen que vivir esos días de misión. El estilo de vida ha de ser pobre y sencillo. Como hasta ahora. No tienen que llevar "por si acaso". En la vida lo hacemos muchas veces. La maleta se llena de "por si acasos".

Jesús nos pide que vayamos sin hacer cálculos de previsiones por si sale mal. Nos pide vivir el hoy. Mañana recibiremos la fuerza para mañana. Eso es propio de Jesús. Jesús caminaba, curaba, compartía la mesa y la vida con quien se acercase. Sin hacer planes ni programas para mañana. Sin querer controlarlo todo ni asegurarlo todo.

Un bastón, y nada más. El bastón del peregrino. Jesús es peregrino, es caminante. Vive la etapa y el momento, sabe a dónde va pero camina con el alma abierta a lo que el Padre le quiera regalar hoy. Les pide que lleven sandalias para pisar los caminos, como Él. Pero no de repuesto en la bolsa. Sólo para hoy. Les pide confianza. ¡Qué difícil cuando queremos asegurarlo todo para no perder nada!

No tener de sobra nos hace pobres, necesitados de otros. Necesitaremos ayuda en el camino y que alguien nos acoja al llegar. Y si no nos acogen, no pasa nada. Seguimos nuestro camino. Podemos recibir lo que no tenemos y dar lo que tenemos.

Jesús aceptaba comer y dormir con quien le abría su casa, pobre o rico, pecador o cumplidor de la ley. Para Él no había diferencias. Para nosotros sí tantas veces. Les dice a sus discípulos que hagan lo mismo que hacía Él. Que acepten de cualquiera la invitación, que se dejen acoger, sin juzgar ni escoger.

Me gusta que les dice que se queden ahí, en esa casa, hasta que se vayan. Que no vayan de una casa a otra, que hagan hogar ahí. Esa es la misión.
 
[1] J. Kentenich, Textos pedagógicos
[2] José Antonio Pagola, Jesús, aproximación histórica

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