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Para combatir la obesidad, llamemos a la gula por lo que es: una enfermedad del alma

Cuando pensamos en la epidemia de obesidad en Occidente, no se nos promueve a mirar el problema como un fracaso de la fuerza de voluntad personal, sino como el resultado de causas complejas que van desde el comportamiento infantil a la predisposición genética, con el agregado genérico del “estilo de vida”.

La consideración biológica de base por la cual la grasa es la acumulación de energía excedente indica una conexión fundamental entre la obesidad y el hecho de consumir más comida de la necesaria, pero la cuestión es a menudo distorsionada por una serie de incertidumbres: ¿no es acaso cierto que ciertas personas aumentan de peso más fácilmente que otras? ¿Algunos de nosotros no estamos determinados a nivel genético para acumular energía debido a las condiciones de los antepasados que morían de hambre? ¿No es verdad que ciertos alimentos distorsionan nuestro apetito, y que las dinámicas hormonales complican nuestra búsqueda de saciedad?

Puede ser verdad todo esto y mucho más: el campo de batalla entre apetito y control de peso es complejo y enrevesado.

¿No es quizá la correcta batalla para combatir?

Si las cuestiones sobre la fuerza de voluntad son consideradas pasos en falso en relación a la obesidad, imagínate cuándo será bien acogida la declaración de glotonería. La teoría de la gula podría, sin embargo, ofrecer una respuesta a la obesidad que circunda la interminable lucha entre nuestro apetito de comida y nuestro deseo de salud e integridad física.

Necesidad desesperada de satisfacción

El problema de la mayor parte de los enfoques de una dieta y la pérdida de peso es que en varios modos intentan decirnos cuándo podemos comer dulce. Las dietas son muchas y claramente variadas, pero lo que tienen en común es el intento de satisfacer el apetito más allá de disminuir el consumo global. Algunas dietas buscan controlar la cantidad total de alimento consumido, sin restricción a nivel de alimento permitido, a través de varias formas de cálculo de calorías.

Otras limitan los tipos de alimento, sin modificar la cantidad, por ejemplo dietas altamente proteicas que consideran a los carbohidratos el verdadero enemigo de la pérdida de peso y se basan en el poder de saciar de las comidas altamente proteicas para disminuir el apetito.

Estas dietas pueden funcionar para algunos, quizá sobre todo cuando sus estrechas normas o sus inusuales regimenes ayudan a romper hábitos alimenticios consolidados y a debilitar el apetito simplemente eliminando la “familiaridad”. La novedad de eliminar los alimentos a base de carbohidratos puede desafiar la relación con la comida, pero nuestro apetito es adaptable, y rápidamente encontraremos nuevos modos de satisfacerlos con otras comidas.

Para algunos de nosotros, la guerra entre el peso y el apetito debe ser una propuesta de “todo o nada”. Si tenemos que empezar una guerra, debe ser una guerra total, y el apetito no debe ser únicamente rechazado, sino derrotado. Tenemos no sólo que cambiar nuestros hábitos alimenticios, sino reconocer la discordia psicológica y espiritual fundamental en la base de una relación disfuncional con la comida.

Yo tuve sobrepeso durante toda la adolescencia y la adultez, y dos reflexiones amargas pero liberadoras hicieron la diferencia. La primera es que soy un hedonista, a nivel material. La comida ha sido una inmensa fuente de placer, diversión y satisfacción sensorial sin paliativos durante la mayor parte de mi vida, y cualquier deseo compensatorio de permanecer en forma y sano a través de combinaciones de dieta y ejercicio fue minado por la fascinación que ejerce el comer para mi.

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