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Ecología: El Papa Francisco y la Nueva Era, frente a frente

Lo ecológico ocupa un lugar fundamental en la Nueva Era, tal como demostré hace unos años en un trabajo monográfico sobre ello. De hecho, el movimiento ecologista actual le debe mucho a esta corriente espiritual, que ha actuado y sigue ejerciendo en muchas ocasiones como “alma” del ecologismo, sobre todo del más radical.

En la Nueva Era se habla de la Tierra e incluso del Universo como un gran organismo vivo, que se considera de manera personal y divina.

Por eso la encíclica que acaba de publicar el Papa Francisco “sobre el cuidado de la casa común”, titulada Laudato si, es un buen exponente de una ecología equilibrada, cristiana, una actitud que no caiga ni en el extremo de la explotación de la naturaleza ni en su divinización.

Veamos a continuación algunos de los puntos de la encíclica que explican cuál es la visión cristiana del medio ambiente y que, como podremos comprobar muy bien, son diametralmente opuestos a lo que enseña la New Age.

Distinción entre el Creador y la creación

Si hay algo que destaca en el documento es –como no podía ser de otra manera– la permanente referencia a Dios como Creador y al mundo como la creación, lo creado. Si nos ponemos a contar, encontramos en el texto casi 150 veces los términos Creador, creadora, creación y criatura.

Dios lo ha hecho todo según su proyecto de amor y “la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común” (13), idea que repite a continuación cuando escribe que “todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación” (14).

El Papa reconoce que “algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador” (62), y por ello dedica el segundo capítulo de Laudato si a lo que denomina “El Evangelio de la Creación”.

Haciendo un repaso a la Sagrada Escritura, señala cómo los salmos invitan a la alabanza del Dios Creador, y no sólo se dirigen a los hombres, ya que “también invitan a las demás criaturas a alabarlo” (72).

Por eso dice después: “existimos no sólo por el poder de Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso lo adoramos” (72). La adoración es debida sólo a Dios. La literatura profética abundará en esto al aludir al poder del Dios Creador: “De hecho, toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo acoger el amor divino y adorar con confianza al Señor por su infinito poder” (73).

El universo está “abierto a la trascendencia de Dios” (79), es decir, a algo que va más allá de él. No podemos identificar todo lo que existe con lo divino, con esas actitudes de panteísmo (todo es Dios) o panenteísmo (Dios contiene al mundo) tan propias de la Nueva Era.

Como subraya Francisco, “el pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de admirarla por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino” (79). Por eso habla de la “presencia divina” (80) en la naturaleza, pero a la vez de “la legítima autonomía de las realidades terrenas” (80).

Francisco anima a encontrar a Dios en todas las cosas, pero no se trata de identificación, sino que Dios está íntimamente conectado a todos los seres, como señalan los místicos” (233-234).

“Toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su presencia... pero cuando decimos esto, no olvidamos que también existe una distancia infinita, que las cosas de este mundo no poseen la plenitud de Dios” (88), explica el Papa.

La defensa del Dios Creador se hace aún más explícita e importante cuando dice que “no podemos sostener una espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese modo, terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar del Señor” (75).

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