Es tiempo de aspirar a las cosas de arriba
Después de la gloriosa resurrección de Jesucristo, la nuestra ya está garantizada. Dicen las Sagradas Escrituras: “Si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús… Bajará del Cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (I Tes 4, 14-16).
Resucitados, ¡ya!
Sin embargo, los que han aceptado la salvación dada por el Señor, ya experimentan por adelantado, en el orden espiritual, los efectos de la resurrección:
“Los que hemos muerto al pecado, ¿cómo seguir viviendo en él? ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva”
(Romanos 6, 2-4).
Dicha vida nueva implica un no retorno al estilo de vida anterior, de pecado y mundanidad. Y esta pandemia es una oportunidad única para avanzar en santidad. Los mexicanos, como el resto de los seres humanos del planeta, están experimentando o a punto de experimentar la “muerte” de su economía, y con ello de sus viejos planes y aspiraciones materiales. Es hora de ingresar en una vida muy sencilla, pero mirando hacia arriba y aspirando a las cosas superiores, pues Jesús «murió, para que, los que viven, ya no vivan para sí, sino para Aquel que murió y resucitó por ellos” (II Corintios 5, 15).
Así pues, “si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la Tierra” (Colosenses 3, 1-3)
¿Quién fue?
Y en este orden de ideas, cabe una pregunta meramente curiosa: Si Jesús resucitó, ¿se resucitó a sí mismo? ¿Lo resucitó el Padre? ¿O el Espíritu Santo?
La respuesta es que, siendo Uno pero Trino, siempre que Dios actúa están involucradas las tres Personas de la Santísima Trinidad. Así que el Padre nos resucita, lo mismo que el Hijo y que el Espíritu Santo.
Igualmente es correcto decir que el Padre resucitó a Jesús, que el espíritu Santo resucitó a Jesús, y que Jesucristo mismo se resucitó a sí mismo:
PADRE
“Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre” (Romanos 6, 4).
“… Por Cristo Jesús y por Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos” (Gálatas 1, 1).
“Ustedes empezaron a servir a Dios vivo y verdadero, esperando que del Cielo venga su Hijo, al que resucitó de entre los muertos” (I Tesalonicenses 1, 9-10).
HIJO
“Jesús respondió: ‘Destruyan este Templo y Yo lo reedificaré en tres días’… Jesús hablaba del templo de su Cuerpo” (Juan 2, 19-22).
“El padre Me ama porque Yo mismo doy mi vida, y la volveré a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo mismo la voy a entregar. En mis manos está el entregarla, y también el recobrarla” (Juan 10, 17-18).
ESPÍRITU SANTO
“Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está con ustedes, el que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos mortales, lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes” (Romanos 8, 9-11).
“Miren cómo Cristo murió una vez a causa del pecado… Murió en su carne y resucitó por el Espíritu” (I Pedro 3, 18).
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Publicado en la edición semanal digital de El Observador del 12 de abril de 2020 No.1292
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