Guardar con amor
Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión dominical 23 de Febrero de 2020
A veces guardamos por amontonar. Otras por avaricia, en ocasiones nos mueve el qué dirán o para quedar bien.
Hoy se nos pide guardar por amor.
Pide Dios a Moisés algo que suena a imposible:
“Di a los hijos de Israel: seréis santos porque yo el Señor, vuestro Dios, soy santo”.
Podríamos decir que con este precepto ya nos basta.
Si lo tomáramos en serio cumpliríamos todo el plan de Dios.
Estos dos versículos del Levítico traen a continuación prácticamente la lista del Decálogo y se completa con los dos últimos versículos que leemos:
“No odiarás de corazón… sino que lo corregirás para que no cargues sobre ti su pecado”.
Importante.
Hay que tener en cuenta que quien no corrige, cuando debe hacerlo, carga con el pecado del prójimo.
El Señor termina hoy pidiéndonos lo que nos recordará Jesús en el evangelio:
“Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Así no más ya es difícil cumplir.
Sin embargo, Jesús en la última cena pedirá más todavía buscando la perfección de sus hijos.
Nos habla de la misericordia:
“El Señor es compasivo y misericordioso”.
Lo sabemos bien:
“No nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas”.
Muy al contrario:
“Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles”.
Por tanto amor de Dios, repitamos felices:
“Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser su santo nombre alabe”.
San Pablo nos hace ver la importancia de cada uno de nosotros.
No se trata solo de que yo sea templo de Dios y que el Espíritu Santo habite en mí.
Es más importante y profundo:
Tus familiares y amigos, y también tus enemigos, son templo de Dios y el Espíritu santo habita, o puede habitar en ellos, lo mismo que en ti.
Esa sabiduría la da el Espíritu Santo. Lo importante es ser consecuente y pedirle al Espíritu de Jesús que nos ayude a descubrir la presencia de Dios en cada uno o por lo menos actuar como quien sabe que el otro es un templo de Dios, o puede serlo, y yo lo debo respetar… como también hacerme respetar a mí mismo.
- Verso aleluyático
Guardar, y no cumplir por cumplir, la Palabra de Dios, es la prueba de que el amor de Dios está en nosotros:
“Quien guarda la Palabra de Cristo ciertamente el amor de Dios ha llegado en Él a su plenitud”.
No olvidemos que guardar no es almacenar:
Se guarda lo que se quiere de verdad.
Lo demás se olvida o se bota.
El evangelio de San Mateo nos lleva hoy a la perfección del amor, es decir, amar como ama el Padre celestial, que es lo que se nos pedía al comienzo de esta reflexión:
“Sean santos porque yo el Señor soy santo”.
La verdad es que parece que se nos pide algo imposible al pretender que la criatura ame como ama su Creador.
Pero es muy importante que tengamos en cuenta la explicación que nos da Jesús:
“Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos y pecadores”.
Si lo hacemos así, entenderemos el pedido de Jesús:
“Por tanto, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Se trata, por consiguiente, de imitar a Dios en el amor.
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