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El credo del incrédulo

Por Tomás de Híjar Ornelas

“Iré viendo menos cada vez, y aunque no pierda la vista me volveré más ciega cada día porque no tendré quien me vea”. José Saramago

Duele pensar que el crédito de muchos años del gobierno de un país entero penda sobre la responsabilidad de una sola persona. Eso sucede en estos momentos con Genaro García Luna, pues si se acredita en un proceso judicial que quien fue titular de la Coordinación de Inteligencia para la Prevención, la Agencia Federal de Investigación de México y la Secretaría de Seguridad Pública, o sea, de las instituciones mejor equipadas para procurar la seguridad en todo el país, se hubiera hundido en la corrupción hasta el tuétano, su ruina desataría una maraña de complicidades casi infinita.

¿En qué punto de ella podríamos situarnos los católicos en México, clero, consagrados y fieles laicos? En todo y en nada, y ante tamaña hediondez me viene a la mente esa cruel parodia que compuso más con desencanto que con amargura el presbítero argentino Leonardo Castellani bajo el título “El credo del incrédulo” y como parte de su libro Las ideas de mi tío el Cura.

Su intención era hacer befa de las teorías en boga hace algunos años para excluir al Creador de la creación, el «evolucionismo» de los incrédulos, que a decir del antiguo jesuita vendría a condensarse en estas afirmaciones: «Creo en la Nada Todoproductora d’onde salió el Cielo y la Tierra, / y en el Homo Sapiens, su único Hijo Rey y Señor, / que fue concebido por Evolución de la Mónera y el Mono. / Nació de Santa Materia, / bregó bajo el negror de la Edad Media. / Fue inquisionado, muerto achicharrado, / cayó en la Miseria, / inventó la Ciencia, / ha llegado a la era de la Democracia y la Inteligencia, / y desde allí va a instalar en el mundo el Paraíso Terrestre. / Creo en el libre pensante, / la Civilización de la Máquina, / la Confraternidad Humana, / la Inexistencia del pecado, / el Progreso inevitable, / la Rehabilitación de la Carne / y la Vida Confortable. Amén».

Otro jesuita argentino, que mucho debió saber de su coterráneo Castellani, en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz del 2020, que lleva por título «La Paz como camino de esperanza: diálogo, reconciliación y conversión ecológica» considera que la tripulación del planeta tierra tiene como nunca en las manos la responsabilidad mayúscula de revertir los efectos perversos que ha provocado en el mundo la ambición del dinero, productora, en última instancia, del tema aquí presentado.

No es la economía sino la ecología lo que puede ofrecer al mundo paz auténtica y duradera, siempre y cuando lo que ahora es «maltrato a la naturaleza» o «dominio despótico del ser humano sobre lo creado», hasta llegar a «las guerras, la injusticia y la violencia», lo convirtamos los creyentes en un «camino de conversión ecológica».

La explotación abusiva de los recursos naturales nace de verlos, dice, «como herramientas útiles únicamente para el beneficio inmediato, sin respeto por las comunidades locales, por el bien común y por la naturaleza», por lo que la «conversión ecológica» ha de comenzar siendo un aula donde discípulos humildes y sensibles asuman su responsabilidad para «celebrar y respetar la vida recibida y compartida» generando «condiciones y modelos de sociedad que favorecen el florecimiento y la permanencia de la vida en el futuro» e «incrementar el bien común de toda la familia humana», como «una transformación de las relaciones que tenemos con nuestros hermanos y hermanas, con los otros seres vivos, con la creación en su variedad tan rica, con el Creador que es el origen de toda vida».

Que Dios nos conceda sensatez y cordura para comenzar un nuevo año de la era cristiana empeñados en estos propósitos.

Publicado en la edición impresa de El Observador del 5 de enero de 2020 No.1278

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