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“Mi mamá fue alumna de Alicia Alonso”, leyenda de la danza

Bailó aún después de quedarse ciega. Fue una de las más reconocidas bailarinas de ballet y coreógrafas del mundo, cofundadora del Ballet Nacional de Cuba (BNC) y responsable de entrenar a varias generaciones de bailarines durante la revolución cubana. Participó en la fundación del American Ballet Theatre en Estados Unidos y hasta el final de sus días se mantuvo al frente del Ballet Nacional de Cuba; y recibió también el Premio Nacional de Danza en Cuba y la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en España, entre muchos otros reconocimientos como el grado de Oficial de la Legión de Honor, que le otorgó en 2003 el entonces presidente de Francia, Jacques Chirac.

Mucho antes de la revolución, ya era una leyenda

Ya era una gran figura, toda una institución en el mundo de las artes cuando llegó la revolución castrista, la cual le debe mucho al prestigio, solera y experiencia de Alicia.  “Fernando Alonso y yo “-contaba- hicimos la Academia de Ballet Alicia Alonso (…). Como habíamos sufrido en nuestra carne el no poder ser profesionales en Cuba y tener que ir fuera de Cuba para serlo, empezamos una escuela aquí bien duro, una escuela fuerte para hacer profesionales”. Ya era una leyenda que se negó a marchar de su país y por eso el ballet en Cuba permaneció.  “Es que yo soy muy criolla (para comer)- decía-: plátano maduro frito, arroz, frijoles negros dormidos así bien especitos, ay qué rico”.

Era una legendaria bailarina de danza clásica de Cuba y murió este jueves, pocas semanas antes de cumplir los 99 años, según informó el propio Ballet Nacional de Cuba.

ALICIA ALONSO
Jean-Pierre Dalbéra-(CC BY 2.0)

“Mi mamá fue alumna de Alicia”

Mi madre, Nina Calejo de Arenas, de origen cubano, fue una alumna de Alicia Alonso por casi 20 años. Decía que era una profesora completamente entregada, que siempre fue la mejor Giselle que salió al escenario y que no hubo otra bailarina de ballet que moviera las manos como Alicia, “lo más difícil de lograr”, decía mamá. “Esa bailarina es buena pero le falta manos”, cada vez que íbamos al teatro a disfrutar el ballet repetía la misma coletilla.

Lo que más le gustaba a Alicia, como ella misma decía, era bailar y hacer bailar. Les enseñaba que a través de las artes en general y en especial a través de la danza, el ballet, se da una belleza, un sentido de creatividad, un sueño. Un sueño que mamá cumplió a escondidas pues, en sus tiempos, la conservadora sociedad cubana consideraba el ballet “no apto” para niñas de familia. Preferían el piano para sus jovencitas. Y mamá lo hizo. Fue al Conservatorio y fue calificada como niña prodigio pues a los seis años se presentó como solista en un concierto con la Filarmónica de La Habana.

Pero mamá quería bailar. Se topó con Alicia Alonso y, luego de la clase de piano, se “fugaba” hacia las de ballet y así fueron pasando los años, con el ballet a escondidas, hasta que comenzó a presentarse en los teatros con Alicia. Una vez hizo Giselle con ella.

Mamá fue feliz formando parte de su cuerpo de ballet. “Cuando yo bailaba- es el testimonio de Alicia pero podría perfectamente ser el de mamá- yo daba felicidad, alegría y, sobre todo, pensaba que estaba dando vida, porque como yo la sentía, yo la entregaba”.

Un día le pregunté: “Mamá, ¿Alicia era una persona religiosa?”. Me dijo que no. Insistí: “¿Pero era creyente?” Me dijo que sí. “Y cómo lo sabes?”…”Porque ella me lo dijo”. Así de escueto y así de tajante. Mamá tiene hoy 86 años de edad.

Alicia en Caracas

Un buen día, hace más de tres décadas, se anuncia la presentación del Ballet Nacional de Cuba en el extraordinario Teatro Teresa Carreno de Caracas. Mamá, que no se perdía nada, dijo: “Vamos para allá, voy a comprar las entradas”. Mis padres, que llegaron a Venezuela exiliados de Fidel Castro formaron una familia venezolana, por supuesto, decididamente anticomunista. Yo le dije a mamá: “¿Por qué vamos a verla, ella no es comunista?” Y mamá me dio una lección: “El verdadero arte puede ser comprometido pero no es ideológico. Alicia es una artista que no te vas a perder. A ella la vamos a ver porque es la mejor bailarina y la mejor coreógrafa. Punto”. Hoy se lo agradezco, el espectáculo fue apoteósico. Toda Caracas aplaudía de pie y sin esa decisión de mamá, probablemente jamás lo habría disfrutado.

Pero la cosa no quedó allí. Una vez terminada la función, mamá caminó hacia los camerinos conmigo detrás. “Para dónde vamos?”. Me dijo: “A saludar a Alicia”. Yo me alarmé: “¿Pero qué te pasa? Ella no se va a acordar de ti. Ni siquiera podrá verte para distinguirte”. Tenían todo el tiempo del mundo sin verse. Y me dijo: “Igual la voy a saludar porque quiero felicitarla. Esto ha sido maravilloso”.

Llegamos por detrás del escenario, mamá se abrió paso y allí estaba ella, sentada con su bastón, rodeada de sus bailarines y los eternos anteojos negros. Un ayudante acercó a mamá quien la saludó: “Alicia, soy Nina…” No la dejó terminar: “Nina Calejo! -gritó-  No puede ser! Y se abrazaron. Vinieron las felicitaciones, una breve conversación y eso fue todo. Claro, había lágrimas en los ojos de ambas.

Yo quedé boquiabierta. Llamó a mamá, de inmediato, por su apellido de soltera. No se si fue ese sentido del oído que desarrollan los ciegos o fue la devoción que sentía por sus alumnos lo que permitió ese instantáneo reconocimiento. Pero puedo asegurar que así fue y que yo aún no salgo de mi asombro al recordar el momento.

ALICIA ALONSO
Diario de Madrid-(CC BY 4.0)

Compromiso con América Latina

Muchos profesionales del BNC están en el extranjero. Y todos son de la escuela cubana, son del Ballet Nacional de Cuba. “Nos piden muchos profesores y no nos negamos a que vayan a cualquier país. Pero no pierden el contacto, regresan. La compañía no solo tiene un compromiso con Cuba, también con toda América Latina. Y con España”, puntualizaba.

Y así explicaba el método y el acervo de la compañía: “Fíjese que un bailarín puede ser incluso descendiente de padres cubanos, pero si no se formó en Cuba, no baila igual. Tendría que venir aquí y compartir y bailar mucho para llegar a asumir del todo esa manera de bailar tan propia de la escuela cubana”. La escuela cubana de ballet siempre apostó por la limpieza del movimiento, por la energía, por el acento alto. Tampoco han sido chauvinistas: “Hemos asimilado- explicaba Alicia-  de otras escuelas algunas características; ya son nuestras”. Un ballet no puede ser estático y eso ella lo tenía claro.

Siempre exaltó el valor del trabajo: “Trabajar es vivir. Y para mí el ballet era vivir. Cuando bailaba se me olvidaba todo lo demás. Y ahora hago coreografías. Bailo con la mente”.

Sostenía que la personalidad “ni se compra ni se vende”. Valoraba la amistad como el mayor de los tesoros. Y también amaba a los animales: “Me han encantado los animales toda la vida. Tuve una cría grande de pollos blancos ponedores que eran maravillosos; se me han acabado. Pero ahora los tengo criollos, de todos colores, pero me encanta cuando cantan por las mañanas. Yo oigo un gallo cantar y me sonrío automáticamente porque me parece que le está cantando a la vida. El gallo canta porque ya se despertó, porque es la vida, porque está el día, empieza a vivir. Así que en mi casa siempre hay que tener gallos”.

Sin duda, la compañía de Alicia Alonso es una de las mejores compañías del mundo. Y algo increíble: una compañía que mantiene los grandes clásicos, algo muy importante, pues se corría el riesgo de que se perdieran. Nada menos que el Ballet Nacional de Cuba, una de las más jóvenes entre las grandes compañías, es la que ha asumido esa tarea con más entusiasmo.

Apenas empezaba…

“Yo estoy empezando a bailar. ¿Qué le parece? –dijo recientemente a un periodista- Yo quisiera hacer más ballets, otros ballets, otras historias grandes, muy grandes, quisiera visitar otros países del mundo, me faltan algunos, muchos deseos de ir al África. (…) Y quiero seguir viendo cómo avanza todo, quiero seguir viviendo, quiero ser parte de la vida, de esta Tierra, ahora”.

Confió su secreto para salir a escena: “Usted sabe que cuando se abre la cortina, usted va a salir a escena, (…) piensa, y tiene que llevar con uno esa fuerza de agarrar al público; y uno sale –no importa el personaje que uno tenga– dentro del personaje que uno tiene, uno tiene que sentir el personaje y entregarlo al público inmediatamente. Si va a salir en Giselle es la alegría de Giselle, si va a salir en Carmen, es la sensualidad de Carmen…”

Esta vez, en el último acto de su vida “en esta tierrita” como llamaba ella a su lugar, no salió representando a un personaje; salió Alicia Alonso, con la misma fuerza y la alforja cargada de felicidad repartida, cuando se abrió el telón de la eternidad.

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