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¿Cómo miras tu pasado?

Es interesante darse cuenta cómo aquello que vivimos en nuestra historia termina ejerciendo una fuente influencia sobre lo que somos y sobre lo que vamos volviéndonos en la vida. Nuestro pasado no determina nuestro presente, y eso, principalmente, cuando nos sometemos a Dios, sin embargo, es un elemento constitutivo de lo que somos, y con Él necesitamos tejer un constante diálogo de “redefinición”.

Todos tenemos un pasado y una historia, y es bueno que sea así. Y esa historia, muchas veces, comporta marcas y dolores profundos: pérdidas, humillaciones, angustias y miedos. Mientras tanto, alguien sin historia – o que se oculta de ella – es alguien sin identidad y sin un suelo concreto para pisar, pues, por más dura que esta haya sido, necesita se acoplada conscientemente al todo que nos compone, en un esfuerzo voluntario de “releer” los acontecimientos bajo una nueva óptica: la óptica del amor de la revelación de Dios.

Los hechos que han sucedido, sucedieron. Sabemos que  no podrán ya cambiarse objetivamente – en la realidad de los hechos -, no obstante, creemos que estos pueden ser transformados subjetivamente – dentro de nosotros – a partir de la manera en que los vemos, y a partir del sentido (significado) que vamos proponiéndolos durante nuestra existencia.El pasado pasó, pero, de alguna forma, sigue sucediendo dentro de nosotros. Por eso, necesitamos siempre “redefinir” los acontecimientos, no maquillándolos de forma alienada, sino sometiéndolos al mirar amoroso de Dios, que de todo es capaz de extraer un bien y un sentido mayor.

Lugar de revelación

El problema no es mirar atrás, pues es hasta necesario hacerlo en muchos momentos de la vida, el problema es con qué “mirada” contemplamos el pasado. Quien mira atrás con dolor/tristeza y pena de sí, aprisiona los hechos de su pasado en una lógica de derrota, no dando a Dios la oportunidad para extraer del mal un bien superior (cf. Rm 8,28) y para presentarlos en una nueva lógica, de victoria y de vida.

Si miramos a partir de Dios nuestra historia y pasado, lograremos, poco a poco, inutilizar nuestros fantasmas y encender nuevas luces a la comprensión de lo que somos.

Nuestro pasado – así como toda nuestra historia – es un lugar de Revelación para nosotros, no temamos enfrentarlo, pues solamente a partir de un encuentro maduro con él lograremos, de hecho, comprender aquello que somos, y podremos dar las necesarias respuestas que la vida nos exige.

Sometamos a Dios nuestra historia y pidámosle prestada la mirada para contemplarla. Así, de hecho, estaremos más enteros y experimentados para enfrentar la vida.

Por Canção Nova

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