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¿Por qué tenemos miedo de ser sencillos?

En el oficio de buscar la señal de los tiempos, equilibrando tedios y armonizando sentimientos, muchas veces, encuentro miradas que se perdieron en lo simple de lo cotidiano sin ya saber quiénes son, en la ruta de los días, perpetuando la ausencia y una continua incomprensión acerca de su papel en el escenario de la vida.

¡Parece que tenemos el don de complicar la vida! He oido mucho y también entiendo esta afirmación; y me doy cuenta de que, en muchas circunstancias, conseguimos matar la sencillez en nombre del equívoco y de la ansiedad. Y esto nos produce un gran mal.

Cuando suceden las crisis

Las mayores crisis que vivimos en nuestra historia tienen su base en que nos apartamos de la sencillez, a la hora de mirarnos, de decidir y planear, y sobre todo, de la sencillez para comprendernos a nosotros mismos ya los demás.

Todo lo que es sencillo nos permite entender que la vida sucede cada dia, y que sólo tiene lugar en ese fragmento del tempo, que se llama hoy, permitiéndonos construirla, poniendo un ladrillo cada vez.

Ser sencillo es entender que podemos hacer sólo una cosa cada vez, que la felicidad se construye poco a poco y que los errores también nos enseñan a ser felices.

El sencillo contempla la belleza y lo sorprendente en lo cotidiano de la vida, no gasta inútilmente sus energías en la constante búsqueda de novedades.

Ser sencillo es saber convivir con lo común y ser feliz en ello. Esta virtud nos libra de emplear las fuerzas en lo que no nos corresponde, pues nos enfoca en lo que es esencial.

Ilusiones y anhelos de lo extraordinario

La vida se vuelve vacía para los que se hacen rehenes de la ansiedad y, frenéticamente, persiguen la existencia.

La sencillez permite a la vida el derecho de suceder, sin exigirle que satisfaga, de forma paranoica, nuestras ilusiones y anhelos de lo extraordinario.

El arte de ser sencillo nos ayuda a poner a las cosas y a las personas en sus lugares, revelando también cuál es nuestro lugar en la existencia.

La sencillez descomplica y nos hace ver los hechos con menos “ego” de nosotros mismos, sin elegir culpables para nuestras propias frustraciones.

Ser sencillo es también ver los dolores con más naturalidad, asumiéndolos como realidad inherente a nuestra condición humana, sin hacer “tormentas en un vaso de agua”.

Aprendamos ese don y permitamos que nuestra manera de mirar el mundo nos descomplique, haciéndonos más abiertos y receptivos a la felicidad que mora en el misterio de lo común y de las pequeñas cosas.

Por P. Adriano Zandoná, via Canção Nova

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